“Regresábamos con el Padre Sandro, a las 20.30 del 25 de noviembre de 1990 desde Vinzos y Rinconada, donde había impartido las confirmaciones. Yo manejaba la camioneta del Padre Sandro y a mi lado estaba él. Atrás estaban una religiosa, un catequista y un señor que había sido el padrino de un muchacho. En cierto punto me encontré con el camino cruzado por piedras grandes.
Enseguida me di cuenta que estábamos por ser atacados y no permití que el Padre Sandro bajara para liberar el camino. Improvisamente salieron dos guerrilleros y puse rápidamente la marcha hacia atrás. Era de noche y no veía nada, pero no tenía alternativas. Uno de los dos que llevaban armas bajo el brazo, logró golpear el vidrio del Toyota en el lado que estaba el Padre Sandro. Cuando vieron que el atentado no había resultado porque yo estaba alejándome, dispararon unos tiros. Suerte que los disparos no lograron el objetivo. Los vidrios de la camioneta se fracturaron y el Padre Sandro sangraba, pero sólo porque se había cortado con los vidrios”. (Por: Mons. Luis Bambarén, Obispo de Chimbote)
Con el atentado a Mons. Bambarén y al Padre Sandro y lo escrito en la pared del mercado, los terroristas estaban fuera de sí y todo hacía creer que lo intentarían otra vez. Es lo que exactamente pasó. Pero siempre tenemos que fijarnos en la lectura de los signos de la esperanza que Dios nunca nos deja faltar para que nuestra fe salga fortalecida. Lo que sigue es otro testimonio del Mons. Bambarén.
“El Padre Sandro era un hombre de Dios. Un sacerdote serio y un formidable organizador. Cuando en la Diócesis se establecía algo, pastoralmente, él no se apuraba. Necesitaba un tiempo para interiorizar el argumento y programarlo bien para sus agentes pastorales. Era muy exigente consigo, pero también con sus colaboradores. No hacía política. Era un sacerdote que verdaderamente quería el bien de su gente. Desde 1980 trabajó en Santa y se responsabilizó de muchas personas. Su preocupación principal era la evangelización”.
El 15 de agosto de 1992 en la fiesta de la Asunción de la Virgen María, el Obispo de Chimbote se dirigía a su pueblo con la siguiente carta:
“… Al Viernes Santo siguió la alegría del Domingo de Resurrección. Desde entonces podemos anunciar: ¡CRISTO VIVE! Está con nosotros. Venció al demonio, al pecado, a sus enemigos y a la muerte. Quien sigue con fidelidad a Jesús muerto y resucitado, aunque haya muerto, vivirá y estará con Él junto al Padre.
Quienes alzaron sus manos sacrílegas contra los ungidos del Señor, pasarán. En cambio, confiamos que un día, nuestros tres misioneros merecerán ser contados entre los santos mártires de la iglesia. Sus nombres y sus ejemplos serán recordados y celebrados de generación en generación. Su sacrílego asesinato nos ha causado un dolor muy profundo. Hemos llorado por nuestros mártires. Creemos que su muerte heroica es gracia y es un don muy especial del Mártir del Calvario. Dios lo concede a sus elegidos.
Hoy, mañana y siempre la sangre nuestros Mártires unida a la de Cristo, nos exige autenticidad, compromiso y fidelidad, para seguir viviendo la NUEVA Y ETERNA ALIANZA SELLADA CON LA SANGRE DEL HIJO DE DIOS.
Que María Santísima nos acompañe a todos en esta “Hora de Dios”, para revisar y renovar vidas a la luz del Evangelio. Que ella tome bajo su especial protección a los sacerdotes, religiosas y familias de las ciudades y del campo, para vivir con fidelidad nuestra vocación específica en la Iglesia, Reina de la Paz y de la Evangelización, ruega por nosotros”. (Mons. Luis Bambarén G., Obispo de Chimbote)
(Tomado del libro En el camino de la esperanza – Assunta Tagliaferpi)