Compartimos la Carta del General de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, frray Marco Tasca, escrita con motivo de la beatificación de los Mártires de la Diócesis de Chimbote. El título: “Dar la vida. Corazón y horizonte de la misión: Cara a la beatificación de fray Miguel y fr. Zbigniew”.
Dar la vida
Corazón y horizonte de la misión
Cara a la beatificación de fr. Miguel y fr. Zbigniew
El próximo 5 de diciembre, al finalizar el año dedicado a la vida consagrada, en el que se ha profundizado su entidad profética en el corazón de la Iglesia para el mundo, y en el umbral del año jubilar con la misericordia como lema inspirador, entendida como “condición para nuestra salvación” y “camino que une a Dios y al hombre” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus n. 2), serán beatificados dos de nuestro hermanos, fr. Miguel TOMASZEK y fr. Zbigniew STRZAŁKOWSKI que, como profetas de la misericordia divina dieron su vida por amor a Dios y a los pobres, a quienes Dios ama con preferencia. Un hecho que no se pierde en la noche de los tiempos sino que apenas un cuarto de siglo nos separa de él; un martirio como genuino testimonio fresco, contemporáneo, que toca el pulso de nuestra vida o, en otras palabras, nuestra vocación franciscana y su despliegue en plenitud hasta el don total de uno mismo.
¿Estamos a la altura esta exigente y alta medida del amor que es el martirio?
No se trata de una pregunta retórica, sino de una pregunta a la que todos debemos atender y a la que vale la pena responder. El religioso poeta y Siervo David María Ruroldo, hablando de algunos grandes testigos de nuestro tiempo escribe: “¡Qué vergüenza! Haber sido sus contemporáneos… sus amigos, sus comensales y no haber aprendido. Y no habernos convertido. Y seguir siendo los de siempre”.
Martirio: el resultado de una vida entregada
“Lunes 3 de febrero del 2015, el Santo Padre Francisco autoriza a la Congregación para las Causas de los Santos la promulgación del decreto relativo al martirio de los Siervos de Dios Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzałkowski, sacerdotes profesos de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, matados por odio a la fe el 9 de agosto de 1991, en Pariacoto” (“Observatorio Romano”, 4 de febrero del 2015, p. 8).
Cuando me llegó la noticia, al tiempo que me alegré, recordé las palabras de San Francisco cara a los hermanos que ensalzaban el luminoso martirio de los cinco protomártires, matados en Marruecos el 16 de enero de 1220: “Cada uno se glorie del propio martirio y no del de los otros” (Giordano de Giano, Cronica, 8: FF 2830). Sí, porque el martirio es el centro incandescente del cristianismo, el momento en el que el amor a Dios y a los hermanos (también a los verdugos) se despliega en su plenitud; es como una zarza ardiente a la que sólo podemos acercarnos con los pies desnudos, purificados de toda vanidad terrena. Fr. Miguel y fr. Zbigniew dieron la vida; suya es la palma del martirio, nuestro el camino de la imitación de dos hermanos que vivieron la radical “sequela Christi” hasta la cruz.
Siempre vi con simpatía a fr. Miguel y a fr. Zbigniew, nuestros dos jóvenes hermanos polacos (31 y 33 años) –de la Provincia de San Antonio y del beato Jacobo de la Estrepa– que a finales de 1988 y 1989, partieron entusiasmados a Perú para vivir la misión evangélica entre los últimos. El impulso misionero, el deseo de que el Evangelio llegue a todo hombre de cualquier tierra o nación, es señal de autenticidad cristiana, porque habla de la fe como gran don de Dios para todos sin distinción. Quien se abre a la misión se abre al amor de Dios que quiere alcanzar hasta a los más lejanos y tiene preferencia visceral por los pobres y los pequeños.
Queridos hermanos: En mi carta quiero hablaros del testimonio que nuestros dos hermanos, colocándolo en el contexto de la nueva época de martirio que la Iglesia está viviendo. Y no sólo quiero escribir un texto celebrativo, sino recordar a todos que el martirio es el horizonte de la vida cristiana y franciscana. Si hemos dado todo al Señor, también nuestra vida está en sus manos. Justo por esto, está bien hablar de “martirio no como empresa heroica, como gesto de hombres valerosos, sino más bien como ‘natural’ desenlace de una vida entregada” (E. Bianchi, Prefazione a Frére Christian de Clergé y a los demás monjes de Tibhirine, Más fuertes que el odio, Qiqajon 2010, p. 9). En efecto, nadie se ofrece para morir mártir, pero el martirio se logra a través de un camino progresivo, a menudo imprevisible, como recuerda el Papa Francisco: “Esta es la belleza del martirio: comienza con el testimonio, día a día, y puede terminar en sangre, como el caso de Jesús, el primer mártir, el primer testigo fiel” (Misa en Santa Marta, 30 de junio del 2014).
Mártires de ayer y de hoy
“Ciertamente en unas épocas ha habido más mártires que en otras, pero afirmar que haya habido algún momento de la historia sin mártires sería como negar la existencia de la Iglesia en tal momento”. Así se expresaba, en la primera mitad del siglo pasado, el teólogo Erik PETERSON. De hecho, en dos mil años de cristianismo, no se ha roto el hilo rojo del martirio, hilo que hoy es más visible y evidente.
Porque, por desgracia, la palabra “martirio” se vuelve de actualidad y resuena dramáticamente en muchos contextos en los que los cristianos son perseguidos de manera brutal, hasta la privación de la vida. Se trata de situaciones nuevas, inéditas, que descubren una fe vital, pues en verdad hablan de la “sequela” de la cruz de Cristo, capaz de soportar tribulaciones, de responder a la violencia extrema con la mansedumbre y el perdón. Hechos que se repiten desde que se plantó el leño sobre el Gólgota, fuera de la ciudad de Jerusalén, para crucificar al Justo. “Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí. […] ‘Un siervo no es más que su señor’, si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros” (Jn 15, 18.20).
Muchos hacen notar que el cristianismo es actualmente la religión más castigada, más objeto de agresión. Tanto que, según el diputado inglés Jim SHANNON, “cada once minutos es matado un cristiano en el mundo a causa de su fe” (Intervención en la cámara, 3 de diciembre del 2013). Los números son realmente impresionantes: De 150 a 200 millones de cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes…) son discriminados y perseguidos en nuestro planeta por causa de su fe, por lo que, a veinte años de distancia, vienen como anillo al dedo las palabras de Juan Pablo II en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente: “Al termino del segundo milenio, la Iglesia se ha convertido de nuevo en una Iglesia de mártires” (1994, n. 37). El martirio representa en nuestros días una gracia misteriosa y, a la vez, una interpelación a la comunidad cristiana. Porque no basta celebrar a los testigos de la fe hasta la efusión de la sangre, sino que es necesario confrontarse con la belleza y grandeza de su testimonio. En su homilía en Seúl (Corea del Sur), el Papa Francisco recordó cómo “con frecuencia experimentamos hoy que nuestra fe es puesta a prueba en el mundo, que se nos pide de muchos modos llegar a comprometernos con ella, afrontar las exigencias radicales del Evangelio y conformarnos al espíritu del tiempo. Y los mártires nos llaman a poner a Cristo sobre todo en este mudo, y a mirarlo todo en relación a Él y a su Reino eterno. Ellos nos llevan a preguntarnos si hay algo por lo que estemos dispuestos a morir” (16 de agosto del 2014). Quien tiene un motivo por el que está dispuesto a dar la vida sabe vivir en plenitud; los cristianos pertenecen a esta categoría de personas. Es posible, como a menudo sucede en nuestros días, que haya actitudes auto destructivas fruto del fanatismo, pero también hay locuras homicidas que obran bajo cobertura de presuntas razones religiosas. También es un contrasentido hablar de “martirio ofensivo”. De hecho, el mártir cristiano ofrece su vida respetando siempre la vida de los otros, incluso la del perseguidor; a ejemplo de Jesús crucificado, rey de los mártires, responde al odio no con la violencia, sino con el perdón.
Un caso en Hispanoamérica
En mi presentación, sobre todo en la parte descriptiva, me serviré de las palabras de fr. Jarek WYSOCZAŃSKI, el “tercer compañero” que, por estar en Polonia aquel 9 de agosto de 1991, sobrevivió a la masacre. A él agradezco de corazón que haya mantenido viva en la Orden la memoria de aquel hecho que cambió su vida.
Cuando fr. Miguel y fr. Zbigniew parten para Perú llevan consigo grandes esperanzas. Nacidos en un mundo dominado por el comunismo, tras la formación teológica y la ordenación sacerdotal, acogen con disponibilidad y gozo la aventura de misionar en un país para ellos lejano y desconocido que pronto aprenden a amar. Así lo describe fr. Jarek:
Miguel TOMASZEK nace el 23 de septiembre de 1960 en Łękawica (Polonia). Completa los estudios de filosofía y teología en el Seminario mayor de los Hermanos Menores Conventuales de Cracovia y es ordenado sacerdote el 23 de mayo de 1987. Durante dos años trabaja como coadjutor en Pieńsk y, el 24 de julio de 1989, parte para Perú lleno de ilusión. Es una persona sensible y amable, de fe profunda, amante de la oración y generoso evangelizador. Tiene un profundo amor a la Virgen María y, a través de la música -tocaba la guitarra- se hace amigo de los niños y de los jóvenes.
Zbigniew STRZAŁKOWSKI nace el 3 de julio de 1958 en Tarnów (Polonia). Como Miguel, estudia filosofía y teología en Cracovia y es ordenado sacerdote el 7 de julio de 1986. Ejerce durante dos años de Vicerrector en el Seminario menor y, el 30 de noviembre de 1988 parte para Perú. Es un hombre bueno, responsable, buen organizador, con debilidad por las matemáticas. Ama la creación, cura a los enfermos y sirve a todos con fe profunda. Tiene una profunda pasión por la figura de San Maximiliano Kolbe.
La misión en Perú había sido programada desde hacía tiempo, habiendo sido pensada como una presencia franciscana entre la gente más humilde. El entonces Ministro general de los Hermanos Menores Conventuales, fr. Lanfranco SERRINI, en una carta del 15 de enero de 1989 dirigida a Mos. Luis Bambarén, Obispo de la Diócesis donde nuestros hermanos desarrollaron su servicio, escribe:
La Orden está contenta de haber abierto esta nueva misión en tierra peruana, en la Diócesis de Chimbote. Notamos que estos últimos años la Providencia nos ha guiado en medio de las dificultades, y que la obra del Señor se concretiza de muchos modos; es bonito ver que, justo ahí se encuentra el secreto de la vida. Esta misión tiene todas las características del estilo franciscano: sencillez, pobreza, vida escondida, fraternidad, disponibilidad, que queremos insertar a través de los misioneros que llegan de Polonia.
Estamos a poco más de 20 años de la segunda Conferencia de Medellín (1968), tenido por el Episcopado Hispanoamericano, y a 10 de la tercera Conferencia de Puebla (1979), que recibe el concilio Vaticano II para los pueblos cristianos de aquellas tierras y formulan la famosa opción preferencial por los pobres, una opción teológica y no simplemente sociológica (cf. Evangelii gaudium n. 198; si veda G. Gutiérrez, Porque Dios prefiere a los pobres (EMI 2015). Si en Occidente el gran reto es el no creyente, en aquellos años de ateísmo teórico y práctico, en Hispanoamérica es el del no-hombre: el del hombre desfigurado por la explotación, el no reconocido en sus derechos elementales, por no hablar de algunos regímenes políticos opresores e injustos que siembran el terror. A veces se trata de verdaderos “pueblos crucificados” que sólo mirándose en el Evangelio encuentran dignidad y voluntad de rescate, emprendiendo caminos de liberación. Con razón se puede decir que el texto de tenor profético de la Lumen gentium (1965, n. 8) encuentra en aquel contexto una eficaz y pertinaz explicación: “Como Cristo fue enviado por el Padre ‘a anunciar la buena noticia a los pobres, a curar a los de corazón contrito’ (Lc 4,18), ‘a buscar y salvar lo que estaba perdido’ (Lc 19,10), así envuelve la Iglesia con afectuoso cuidado a cuantos están afligidos en su humana debilidad, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador, pobre y sufriente; se apresura a alzarlos de la indigencia y en ellos busca servir a Cristo”. Con el anuncio del Evangelio, la atención a los pobres, poniéndose de su parte y en su favor, es la otra columna de la misión franciscana de Pariacoto. Lo dice con claridad fr. Jarek:
Llegados a Pariacoto no fue fácil asimilar un nuevo modo de ser Iglesia. Pasamos horas y horas de reuniones, encuentros y debates para poder entender. Poco a poco llegamos a formular las preguntas centrales: “¿Cuál es nuestra misión en este lugar como franciscanos? ¿Qué modelo de Iglesia queremos encarnar? ¿Cómo podemos ser pobres con los pobres?” Al principio, este modo de hacer Iglesia nos inquietaba, pero al mismo tiempo era un acicate para llevar adelante el nuevo estilo de ser cristianos. Pronto llegamos a ser parte de la Iglesia local, con la convicción plenamente asumida de que cada pueblo debe expresar la fe sin perder su identidad. Las columnas de nuestra acción misionera fueron sustancialmente dos: El anuncio del Evangelio y la cercanía a los pobres. Vivir como hermanos en sencillez y pobreza fue el puente más eficaz hacia la gente del lugar.
Fr. Miguel escribiendo a su familia dice: “La gente es muy buena. Los niños nos siguen y saludan a voces varias veces el día; los jóvenes son muchos, vienen al templo y, aunque no hay organista, lo suplen perfectamente con sus instrumentos. Tocan guitaras, la flauta (diferente a la polaca y que estoy aprendiendo a tocar); la caña de azúcar suena bien, y la vaina seca de medio metro de larga, que no sé cómo se llama, semejante a la vaina de poroto, y no falta la percusión. Cantan muy bien y con gusto. Hace dos días me quedé solo, pero no me aburrí; celebré la misa por la noche y luego me senté con los jóvenes en la escalera de la iglesia a la luz de la luna para escuchar sus cantos; yo también canté algo en polaco”. (Carta del 20 de octubre de 1989).
“Hay que matar a los que predican la paz”
De hecho, los cargos de los terroristas de Sendero luminoso (movimiento de matriz maoísta dirigido por Abimael Guzmán) contra los hermanos tienen que ver con la fe como realidad que desempeñaría, a través de toda causa en favor del hombre y de la ayuda a los pobres con la distribución de comida, una forma de colonialismo, un modo de predeterminar las conciencias. Traemos a colación algunas frases del proceso farsa contra los dos hermanos:
Engañan al pueblo porque distribuyen alimentos de Cáritas, que es imperialismo. Predican la paz y así adormecen a la gente. No quieren violencia ni revolución. La paz deshonra a la gente. Hay que matar a los que predican la paz. Con la religión adormecen al pueblo. La religión es el opio del pueblo. La Biblia es un modo de adormecer al pueblo, de engañarlo y dominarlo.
Viejos conceptos marxistas (estamos en 1991, dos años después de la caída del muro de Berlín) que exaltan la revolución armada y señalan a la religión como opio de los pueblos. Esta ideología tosca y perversa condenará a muerte a nuestros hermanos. Recordemos el hecho con palabras del “tercer compañero”:
El 9 de agosto de 1991 –un viernes– tras la celebración eucarística, Miguel y Zbigniew fueron sacados por separado del convento y llevados al Municipio de Pariacoto. Luego les hicieron subir en un furgón de la misión junto con la hermana Berta HERNÁNDEZ, Sierva del Sagrado Corazón de Jesús, que subió por propia iniciativa. Más tarde, en la carretera de Cochabamba, antes de atravesar el puente, hicieron descender a la religiosa del vehículo, incendiaron el puente y llevaron a los hermanos a un lugar llamado Pueblo Viejo, cercano al cementerio. Allí, a sangre fría, asesinaron a fr. Miguel con un tiro en la nuca y a fr. Zbigniew con dos, uno en la espalda y otro en la cabeza. Con ellos también fue asesinado el alcalde del pueblo, Justino Masa.
Los cuerpos no fueron retirados hasta el día siguiente, tras llegar al lugar Mons. BAMBARÉN y proceder la policía al levantamiento. La mañana en que fue celebrada la misa exequial, tras la autopsia en la ciudad de Casma, al paso del féretro la gente rindió homenaje a los hermanos mártires con flores, banderas, oraciones, lágrimas y carteles en los que se leía: Paz y bien, Perdónales porque no saben lo que hacen, Nuestros padres no murieron”.
En el libro escrito por fr. Jarek y Alberto FRISO, periodista del “Mensajero de San Antonio”, leemos: “El mismo lugar de los asesinatos fue objeto de atención para los habitantes de Pariacoto. Se acercaron con palas y recogieron cuanto pudieron la tierra bañada con la sangre de los mártires, tierra que se convirtió en sagrada. Después la llevaron en procesión al vecino cementerio, donde se encuentra en un cenotafio bajo una cruz con los nombres de Miguel y Zbigniew” (Hermanos mártires. Una historia franciscana contada por el tercer compañero, EMP 2013, p. 202). La vox populi había intuido que aquella sangre era preciosa y hablaba de un amor que no se puede sofocar con la muerte.
En aquellos días dramáticos fr. Jarek se encontraba en Polonia, como hemos dicho, para celebrar el matrimonio de su hermana, justo mientras Juan Pablo II estaba en Częstochowa para el Día mundial de la juventud. Los dos tuvieron un breve encuentro en privado el 13 de agosto y, el Papa, tras haber pedido información sobre lo ocurrido, dijo: “Son los nuevos santos mártires del Perú”. Una frase profética que, desde aquel momento, acompañaría y sostendría el espontáneo culto de la gente y el proceso de beatificación iniciado por los hermanos.
Mártires por la causa del hombre, in odium fidei
La teología del martirio ha sufrido, en los últimos decenios, una notable aceleración. Sobre todo tras el descubrimiento reciente de que el s. XX fue, con justo título, un “siglo de mártires”. En el Gran Jubileo del 2000, tras haber afirmado que “el siglo con más mártires en toda la historia de la Iglesia había sido el del 900”, un editorial de La Civiltà Cattolica –en una rápida reseña de casos de martirio colectivo este siglo– da algunos datos impresionantes: A inicios del 900 los Boxer mataron en China 180 misioneros y 40.000 cristianos; de 1894 a 1918 los turcos masacraron a casi dos millones de armenios; en los años 20 se desencadenó una persecución en Méjico llevando a la muerte a 200 cristianos; en los años 30, en el curso de la guerra civil española fueron matados 13 obispos, casi 7.000 sacerdotes, religiosos y religiosas, y 3000 seglares. Miles de cristianos ortodoxos fueron matados en la Unión Soviética: Sólo en 1922, bajo Lenin, fueron martirizados 2.691 popes, 1.692 monjes, 3.477 religiosas, y la mayor parte de los obispos si no fue matada, fue encarcelada o deportada; tras la segunda guerra mundial, le llegó el turno a la Iglesia Católica. Bajo regímenes del mismo signo hay persecuciones en Albania, Vietnam del Norte, Laos, Camboya y cobre todo en China, sin olvidar Europa Oriental. Del mismo modo la ideología neopagana impuesta por el nacionalsocialismo del III Reich, condenó a morir en los Lager innumerables cristianos. En la segunda mitad del s. XX, el mapa del martirio se extiende dramáticamente sobre todo hacia Hispanoamérica y África (El sentido del martirio cristiano, 151, 2000/III, pp. 107-119). Persecuciones y martirio de religiosos y seglares, catequistas en particular.
¿A qué se debe la tardanza de la historia en registrar eventos tan relevantes como feroces? Ciertamente a la larga duración del comunismo en la Unión Soviética y en los Países del Este, por lo que las informaciones se filtraban con lentitud y la toma de conciencia de las inmanentes violencias perpetradas contra los cristianos de toda confesión fue igualmente lenta, sin descartar la escasa atención de Occidente (tanto ayer como hoy) a los dramas colectivos de fondo religioso, en ciertos casos verdaderas catástrofes consumadas en países del Tercer Mundo. Hay que añadir que el desplazamiento del mapa del martirio hacia Hispanoamérica ha puesto en evidencia una novedad del todo singular: ante todo el hecho de que en este continente muchos cristianos son perseguidos y matados por otros que también se declaran cristianos; además la muerte del mártir no viene directamente a causa de la fe, sino porque se coloca de parte de los pobres en nombre de la justicia con una actitud, naturalmente, inspirada en la fe, como sucedió a nuestro hermano el Siervo de Dios Carlos de Dios MURIAS en el contexto del gobierno dictatorial de Argentina entre 1976 y 1983. Se puede decir entonces que con la proclamación de los mártires franciscanos del Perú (junto al sacerdote bergamasco fidei donum Alejandro Dordi, así como el anterior y más notable caso del Arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero) la fórmula in odium fidei se ha extendido hasta comprender valores humanos de innegable corte evangélico. Recordemos que, afrontando la misma cuestión, ya Santo Tomás de Aquino escribía: “El bien humano puede devenir bien divino si va referido a Dios; por esto, cualquier bien humano puede ser causa del martirio en cuanto referido a Dios” (Summa Theologiae II-II, q. 124, a. 5). En esta línea fue interpretado a su tiempo el caso de Maximiliano Kolbe: Si de hecho el 17 de octubre de 1971 Pablo VI le beatificó como confesor, el 10 de octubre de 1982 Juan Pablo II canonizó a su connacional como mártir. Este Papa, en la homilía de la misa de canonización, dijo: “En virtud de mi autoridad apostólica he decretado que Maximiliano Kolbe, que por la beatificación era venerado como confesor, sea en adelante venerado como mártir”. De hecho el hermano franciscano se inmoló por causa del hombre (para salvar a un padre de familia de la muerte), desde la fe, con caridad y como don total de sí mismo. He aquí las palabras pronunciadas por el Papa el 11 de octubre de 1982, en presencia de los peregrinos polacos: “Mediante esta figura se abren ante nosotros horizontes universales (…); en la base de esta santidad se halla la grande y profundamente dolorosa causa humana”. En verdad la causa de Dios y la del hombre están inextricablemente entrelazadas, por lo que la verdad de la fe encuentra en la defensa de la dignidad humana un banco de prueba decisivo. Ya Mons. Romero había cambiado para El Salvador la expresión de San Ireneo “gloria Dei vivens homo(la gloria de Dios en el hombre viviente), en “gloria Dei vivens pauper” (la gloria de Dios en el que vive pobre) en el sentido de que el Dios cristiano es “un Dios cercano a los pobres, tan cercano que se hace presente en la cruz para mostrar que participa del sufrimiento de las víctimas y, por lo tanto, para hacer definitivamente creíble su amor […]. Por aquel Dios se alineó Romero, haciéndose servidor de la vida, de la justicia, de la paz, de la esperanza” (J. Sobrino, Romero, mártir de Cristo y de los oprimidos, EMI 2015, p. 264).
Si Hispanoamérica ha dado innumerables mártires no directamente a causa de la fe, esto no quita que en nuestros días, en otros contextos, sea de dramática actualidad la violencia que golpea a los cristianos justo por ser tales, como sucede en algunos países de mayoría islámica –recientemente en Pakistán– donde formas de extremismo religioso se abanten sobre una minoría cristiana. Allí, ha afirmado el Papa Francisco tras el Angelus del 15 de marzo del 2015, “los cristianos son perseguidos y vierten la sangre tan sólo por ser cristianos”. Dado el deseo de evitar toda instrumentalización religiosa de la violencia fundamentalista, en la Carta cuaresmal escrita a los Obispos nigerianos, aludiendo muy probablemente al terrorismo del movimiento islamista Boko Haram, el Papa ha unido en la tragedia tanto a cristianos como a musulmanes: “Creyentes, sean cristianos o musulmanes, han sido unidos en un trágico fin por mano de personas que se proclaman religiosas, pero que abusan de la religión para hacer una ideología a plegar a sus propios intereses de atropello y muerte” (2 marzo 2015).
Martirio franciscano
El cap. XVI de la Regla no bulada, dedicado a la misión, se abre y se cierra refiriéndose, con explícitas citas de la Escritura, a la realidad del martirio: “He aquí que yo os mando como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16); “Bienaventurados los que sufren persecución a causa de la justicia…” (Mt 5,10); “No temáis a quienes matan el cuerpo…” (Lc 12,4). De hecho, en aquel tiempo, a quienes misionaban entre sarracenos, el éxito del martirio no era una tan hipótesis lejana. Era pues necesario que los hermanos recordasen que con el ingreso en la Orden habían entregado su cuerpo al Señor, aceptando por su amor exponerse a toda prueba. Nada les sería quitado que ellos no hubieran dado con anterioridad. Se revalida con claridad uno de los horizontes a los que la vida cristiana mira constantemente, y más aún la franciscana, desde el momento que el martirio está inscrito en el bautismo. Sobre este punto es totalmente explícito el Concilio Vaticano II: En verdad, “si el martirio es concedido a pocos, todos deben estar prestos a confesar a Cristo ante los hombres y a seguirlo en el camino de la cruz durante las persecuciones, que no faltan a la Iglesia” (Lumen gentium n. 42). Así pues, que la vocación franciscana contempla el horizonte del martirio estaba ya claro a uno de los primeros y más autorizados comentadores de la Regla, San Buenaventura: “Los que piden ser recibidos en nuestra Orden, deben estar dispuestos al martirio” (Expositio super Regulam, cap. II, in Opera Omnia, t. VIII, p. 398).
El s. XX nos ha regalado el ejemplo luminoso de fr. Maximiliano KOLBE que dio la vida en uno de los Gólgotas más dramáticos de la historia reciente, sólo por amor. Hace unos meses celebramos la beatificación del mártir sardo fr. Francisco Zirano, matado in odium fidei en la ciudad de Argelia el 25 de enero de 1603. Ahora, otros dos hermanos, fr. Miguel y fr. Zbigniew, testigos creíbles de la fe, se unen en la ciudad celeste al cortejo del Cordero inmolado. No podemos dejar de citar las conmovedoras palabras del P. SERRINI en la carta a toda la Orden en la Navidad de 1991: “La sangre derramada por dos jóvenes hermanos el 9 de agosto de 1991 se ha unido a la de S. Maximiliano Kolbe, también de origen polaco que, hace 50 años (con cinco días de diferencia), ofreció su vida. Es un doble tributo del mismo martirio por la caridad y la fe, e indica la continuidad perfecta y el santo contagio de un testimonio vivo que nace, en los momentos de la verdad, en la vida de los individuos y de las familias”.
¡Qué responsabilidad la nuestra! Ante todo, en relación con la misión, donde el martirio halla su natural contexto, porque al anuncio del Evangelio de la salvación siguen las persecuciones. Cuanto más resplandece la luz de la fe, más se adensan las tinieblas para tratar de sofocarla. La tibieza en cambio no molesta, pasa inadvertida y no encuentra opositores.
En segundo lugar, en el caso de nuestros dos mártires, se quería golpear a una fraternidad unida en el mismo ideal, cuyo corazón latía al ritmo del Evangelio y cuyas obras difundían el perfume de Cristo. Fr. Miguel y fr. Zbigniew fueron juntos al martirio, como pequeño testimonio de fraternidad franciscana. Es conmovedor el testimonio de Sor Berta HERNÁNDEZ según la cual los hermanos, en el viaje final hacia el lugar del martirio, se dieron la absolución en voz baja el uno al otro. En el futuro, cada vez más el testimonio de los franciscanos será ofrecido por comunidades que vivan una comunión auténtica y profunda.
Y en relación al pueblo y a los pobres, que fr. Miguel y fr. Zbigniew sirvieron con amor y generosidad, quien evangeliza a los pobres es por ellos evangelizado, introducido en el corazón del Evangelio que tiene preferencia por los pequeños, por los últimos. Por eso, la cercanía a los pobres siempre fue y será para los franciscanos una vía segura para vivir el Evangelio de Jesucristo en plenitud.
Invito pues a todos los hermanos de la Orden a tomar nota de estas tres magnas palabras (misión, fraternidad, pobres) que llevaron a fr. Miguel y a fr. Zbigniew al martirio, mostrando el signo más alto y luminoso de la caridad (cf. Lumen gentium n. 42).
Conclusión
Si “a algunos el Señor pide el don de la vida, también está el martirio de cada día, de cada hora, el del testimonio contra el espíritu del mal que no quiere que seamos evangelizadores” (Papa Francisco, Catequesis de apertura del Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma, 17-19 de junio del 2013). Me place concluir esta Carta reclamando una vez más la estrecha relación entre el testimonio cotidiano del martirio, traído por la Papa Francisco como lucha contra todo lo que cada día, por nuestra pereza y sugestión del maligno, se opone al impulso misionero. Si fr. Miguel y fr. Zbigniew pudieran hablar hoy a nuestra Orden le contarían su gran entusiasmo por el anuncio del Evangelio a todo hombre, desde los pequeños, a los que concretamente amaron y sirvieron. Hablarían de un Evangelio que más que un texto escrito es un mensaje bueno y liberador (euanghélion) a legar a través de la palabra y el ejemplo, sobre todo con un estilo gozoso y fraterno. Testimoniarían la infinita misericordia de Dios que alimentó su deseo de ir a tierras lejanas, de “salir” de modo radical e irreversible a encontrar y compartir, a evangelizar y ser evangelizados. Miremos la breve y densa existencia de estos hermanos, con su elocuente final, y que el Señor nos haga evangelizadores auténticos, gozosos y fecundos.
El Señor nos hizo el don de nuestros hermanos Miguel y Zbigniew cuando entraron en la Orden; a través de su elección misionera nos anima a renovar nuestro camino de sequela; con su martirio nos testifica la victoria sobre la muerte y el mal de cuantos se encomiendan a su gracia; con su beatificación nos regala dos intercesores. Aprovechemos este momento de gracia y empeñémonos en seguir el ejemplo de nuestros mártires. A su recuerdo, la Orden se hará promotora de algunas iniciativas y proyectos catequéticos y de promoción humana para los cuales pido dese ahora vuestras oraciones y vuestra aportación.
Mis queridos hermanos, el Señor os dé la Paz.
Fr. Marco TASCA
Ministro general
eventos ligados a la beatificación viernes 4 diciembre 2015, Vigilia de oración en la catedral de Chimbote sábato 5 diciembre 2015, Beatificación, a las 10 am, en el estadio de Chimbote, región de Ancash, Perú domingo 6 diciembre 2015, Eucaristía de acción de gracias, a las 10 am, en la iglesia parroquial Señor de Mayo, Pariacoto lunes 7 diciembre 2015, Eucaristía de acción de gracias, a las 8 pm, en la iglesia parroquial Nuestra Señora de la Piedad, Lima, martes 8 diciembre 2015, Eucaristía de acción de gracias, a las 8 pm, en la catedral de Lima, presidida por el card. Juan Luis Cipriani |
VER PDF Carta General OFM Conv. sobre la beatificacion.pdf