Padre Miguel era un sacerdote ejemplar. Preparaba muy bien los sermones, confesaba con fervor, visitaba a los enfermos, enseñaba. Su mayor felicidad era, sin embargo, el trabajo con los jóvenes, no sólo aquellos que iban a la escuela, sino, ante todo, aquéllos que más lo necesitaban: los discapacitados psíquicos.
Cuando recibió la noticia de que fray Zbigniew Strzalkowski y fray Jaroslaw Wysoczanski, habían decidido viajar a Perú, inmediatamente tomó la resolución de unirse a ellos.
Durante la Eucaristía de despedida en la parroquia de Piensk, Miguel, consciente de dirigirse a un lugar muy peligroso del mundo, afirmó que, si hiciera falta ofrecer su vida por la causa de Dios, lo haría sin titubear. Durante la fiesta de despedida organizada por los feligreses, la comunidad del Oasis (movimiento Luz-Vida) ofreció un concierto vocal-instrumental, cuyo repertorio contenía: Una balada misionera, La mies es mucha y Flores polacas. Fray Miguel escuchaba estas obras con gran emoción, especialmente la última, pidiendo que se la cantaran nuevamente al cabo de tres años, cuando viniese de vacaciones. Lamentablemente esto no fue posible, puesto que Miguel nunca más regresaría.
Fuente: GOGOLA Z. OFM Conv., La vida que nace del martirio. Los misioneros franciscanos conventuales en Perú, Palencia 2005. (Publicado en Mar Adentro, mayo 2015)