Padre Sandro: hombre, misionero, testigo

Padre Sandro: hombre, misionero, testigo
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(Por: Mons. Lino Belotti ) “Conozco al Padre Sandro desde cuando él tenía doce años. Juntos fuimos al Seminario y juntos escogimos de pasar, durante los años del Liceo, a la Comunidad Misionera “PARADISO”. Era el segundo de nueve hijos. Nació en un pueblito en medio de los Alpes y tenía carácter auténticamente montañés y campesino.

. Es decir, un poco encerrado en sí mismo y un alma generosa, tenía una salud de hierro, pero últimamente, por las muchas fatigas y trabajo, se había enfermado de los pulmones. Era un trabajador incansable, para él no existía el día ni la noche, ni sábado o domingo..

La gente de Santa quiso que las sandalias y el sombreo del Padre Sandro siguieran su féretro para testimoniar su reconocimiento por el trabajo que realizó durante estos once años de trabajo pastoral. No le gustaba hablar mucho, más tenía ideas claras. Su aspecto humilde lo hacía pasar desapercibido. El Nuncio Apostólico de Lima Mons. Luis Dossena me dijo que se había quedado en Chimbote un tiempito; pero que nunca había conocido al Padre Sandro y dijo una gran verdad. En Lima, mientras su ataúd daba la vuelta alrededor de la Plaza de Armas, yo pensaba: “Si el Padre Sandro pudiera levantarse, se iría escapando…”

Padre Sandro Misionero

En 1954, a los 23 años, se recibía como sacerdote junto a otros 30 compañeros. Perteneciendo a la Comunidad Misionera PARADISO. Ejercita su ministerio sacerdotal siempre fuera de su Diócesis. Los primeros once años en Donada y en Taglio di Po en el Polesine. Luego fue a Suiza como Capellán de los emigrantes. En Le Locle se quedó 14 años. Permaneció un año en Bérgamo para reflexionar y descansar un poco, luego vino al Perú en 1980.

Siempre llevó consigo las cualidades humanas que antes he recordado y siempre se dejó llevar por su espíritu misionero. Un día me dijo: “No sabes cuántas veces fui tentado de dejar el Perú y escapar. Me cuesta muchísimo pararme para esperar a la gente, ser amigo y compañero, compartir con ellos sus valores y sus límites”. Durante su primer viaje a Europa, después de cinco años, nosotros, los compañeros del Padre Sandro, nos dimos cuenta que él había cambiado muchísimo su carácter. Ser misionero en Perú, – dijo – costaba trabajar mucho y no tanto físicamente; cuanto espiritualmente, cambiando su manera de ser para lograr caminar junto a ellos.

Lo que sigue es el testimonio que hemos recogido en Lima: “La muerte del Padre Sandro nos ayuda a tomar conciencia de nuestra vocación misionera. Su muerte nos ayuda a comprender cuánto tenemos que caminar para que podamos ser verdaderamente auténticos. Como él, queremos ser luz que ilumina el camino del pueblo peruano que tanto está sufriendo”. El pueblo peruano se había dado cuenta de su espíritu misionero y por eso nos pidió que su cuerpo pudiera quedarse en el Perú.

Padre Sandro: testigo y mártir

Para que no parezca algo dictado por el corazón, yo quisiera que todos ustedes hubieran estado presentes en Santa y en Lima durante esta semana y también que hubieran vivido los últimos días con el Padre Sandro en Santa. ¡La gente sabe que él es un mártir! La gente humilde tiene un sentido especial para evaluar estas cosas. Para ellos el Padre Sandro y los dos franciscanos de Pariacoto, asesinados quince días antes de él, son mártires.

La iglesia peruana en este tiempo, sufrió persecución. Es un reto que sigue una lógica diabólica. El Perú está sufriendo mucho. El Dios de la vida no soporta más la muerte de tantas personas inocentes, asesinados o desamparados.

El Padre Sandro no pensaba terminar su vida como mártir, ni creo que lo quería. Miedo y terror caracterizaron sus últimos días en Santa. La muerte del Padre Sandro, de los dos Padres Franciscanos de Pariacoto, de dos hermanas, de un sacerdote peruano, de centenares de fieles o simples ciudadanos, dice del amor a su misma fe y a su Iglesia abierta a una nueva evangelización en la que el pueblo peruano se identifica.

En el tiempo de las persecuciones romanas los fieles que sobrevivían decían que la sangre de los mártires era semilla fecunda. Tengo delante de mí trescientos jóvenes, fieles, sacerdotes y hermanas que ayer nos han acompañado al aeropuerto de Lima, el canto y las oraciones de este pueblo decían:

“Pueden matarnos y hacernos callar; pero no pueden ahogar nuestra esperanza”. “Sandro, contigo decimos sí a la vida, no a la violencia”.

El mensaje es claro, solamente hay que dejarnos llevar por él…”

Testimonio del Padre Tomás

“… El Padre Sandro ha sido un buen amigo y hermano en el sacerdocio. Lo he conocido prácticamente desde mi llegada al Perú en 1985. Lo vi por última vez el 16 de agosto de 1991. Concelebramos la misa muchas veces en su parroquia. En 1988, por ejemplo, me invitaron a predicar la novena del Señor Crucificado de Santa, su fiesta patronal.

Durante más de un año iba a Santa una vez al mes para dar charlas sobre la Biblia as un grupo de catequistas campesinos del valle y luego me quedaba hasta el día siguiente para un mini retiro personal, gozando de la sencilla y calurosa hospitalidad italiana del equipo pastoral (Sandro y Carlo, Camilla y las Pastorcitas). Muchas veces compartimos una cena o un bocadito en su casa, y otras tantas veces charlamos amigablemente de la pastoral, de las reuniones diocesanas, especialmente de los de oración y los retiros sacerdotales.

Permítanme contarles algunas de sus cualidades humanas y cristianas: Hombre más o menos bajito, de pelo gris amarillento; medio “gringo” y medio “cholo”, que siempre se vestía en forma sencilla, pantalones y camisas simples, calzados de “yanque”, típico de la gente campesina. Su trato también era sencillo, amable, llano, muchas veces bromeaba con los jóvenes y con las personas de confianza, incluso con indirectas si se trataba de alguien que se estaba alejando de la iglesia. Y es cierto que también se amargaba muchas veces por las peleas estúpidas o la irresponsabilidad de la gente que obstaculizaba la formación de una comunidad cristiana y madura.

Era un hombre muy reverente en la celebración de Eucaristía.
La misma manera de hacer la genuflexión pensada pero nada exagerada, sus minutos de oración delante del Santísimo antes y después de la misa; su concienzuda dedicación para celebrar la misa en el campo y su estilo sencillo, casi informal de presidir la liturgia, creo que inculcaba y fomentaba en la gente de la parroquia una especial devoción Eucarística.

También era servicial. Nunca olvidaré el día en que se levantó de su siesta para ayudarme cuando se me había pinchado a la vez dos llantas de la camioneta por los caminos rurales de su parroquia. Después de ensuciarnos y llevarme por aquí y por allá para reparar y poner de nuevo ambas llantas, gastando tres horas en eso, me invitó a su casa para tomar un cafecito. Nos consolamos y nos reímos de tan mala suerte (y de tan generosa ayuda prestada)…

Sabía trabajar en conjunto con otros agentes pastorales; apoyaba a la Catequesis Familiar en Santa y Rinconada y la labor de los catequistas en los sectores rurales. Lo he visto llegar hasta Pariacoto (tres horas en camioneta). Durante un seminario de catequistas campesinos para mostrar su interés y apoyo cuando alguno de los “suyos” estaba presentes. Siempre participaba en las reuniones diocesanas.

Invitaba a visitar su parroquia en forma temporal o permanente a diferentes grupos eclesiales: Sacerdotes, seglares, seminaristas, monfortianos, redentoristas y dominicos, pastorcitas y hermanas, misioneros laicos de APM y gente de diferentes movimientos apostólicos.
Tenía sus ideas y con algunas cosas “no comulgaba”, pero en general era un hombre de espíritu abierto, que sabía reconocer y valorar los aportes de los demás.

El Padre Sandro tenía la capacidad única y la gran preocupación por proveer una adecuada infraestructura parroquial y comunal a los diferentes centros poblados. Se puede decir que tenía el carisma de la construcción. En Santa, como en cada uno de los pueblos del valle, hizo construir capillas y centros comunales (salas, comedor, cocina, almacén y baños). Él mismo se dedicaba a conseguir financiación, a verificar los proyectos, y luego supervisar personalmente la construcción.

Creo que de este modo de ser y de hacer del Padre Sandro haya tenido que ver con su asesinato, porque Sendero no quiere a la gente que “hace obras”, ni mucho menos obras que faciliten la organización y participación comunitaria. Los edificios que el Padre Sandro hizo construir son funcionales y comunitarios… Una evangelización integral sigue siendo uno de los desafíos principales al proyecto de Sendero.

Era un sacerdote muy entregado. Se podría decir “obsesionado” por las necesidades y la atención pastoral de la extensa parroquia del valle de Santa. Era difícil convencerle de tomar sus vacaciones porque no le gustaba dejar la parroquia abandonada. En los últimos años se le veía cansado, preocupado, su salud empeoraba. A pesar de todo y consciente del riesgo real que corría, seguía trabajando. Sí, era terco, bastante terco, pero ingenuo; no supo interpretar muy bien la amenaza que había aparecido una semana antes de su muerte en un muro de Santa. Pero no quiso abandonar a su grey. Seguía con la misión rural planificada para el mes de agosto y saliendo a los caseríos para celebrar la Eucaristía mensual. Justo fue después de celebrar una de estas misas en el campo que lo pararon en el camino y lo mataron a balazos.

¡Qué raro es tener un amigo mártir!

Los mártires ya no son solamente gente de otros tiempos u otros lugares, sino amigos y hermanos. Gente con quien yo he trabajado. Sí, el Padre Sandro ha dado el último testimonio: “Dar la vida en vez de abandonar a su pueblo. (Jn. 10.11-15)”

(Tomado del libro En el camino de la esperanza – Assunta Tagliaferpi)


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