Día 1ero – Mensajeros de la Buena Nueva y de la Paz
En el nombre del Padre…
Acto de perdón
Oración
Señor, Tú que ungiste con el don del sacerdocio
a tus hijos Miguel, Zbigniew y Sandro
y los enviaste como mensajeros
de la Buena Nueva en el Perú.
Te damos gracias por haberles otorgado
la palma del martirio
y te pedimos que los glorifiques también
con la corona de los santos.
Por su sangre derramada por Ti,
danos fidelidad en la fe,
haznos testigos de la esperanza,
guarda nuestras vidas
y concede a nuestra patria
el don de la paz.
A las víctimas inocentes de la violencia,
recíbelas en tu Reino
y concédeles el premio eterno.
Amén.
Primera lectura: Rm 10, 14-18
Salmo 122
Evangelio: Mt 5, 1-12
Reflexión
Mensajeros de la Buena Nueva y de la Paz
El verdadero discípulo de Jesús está obligado a tomar en serio las siguientes palabras: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Sin temor a equivocarse se puede afirmar también que la llamada de San Francisco de Asís a que todos vivan el don de la paz, no ha perdido su actualidad. Los tiempos en que vivió estaban llenos de disputas, peleas, y en consecuencia de guerras. El Hermano menor, Francisco, en su predicación no se olvidaba de este asunto, e inspirándose en los textos evangélicos, anunció la paz. Particularmente le gustaban las palabras de saludo: «Paz a esta casa» (Lc 10, 5: 2 R 3, 14).[1]
Al mirar al Seráfico Padre, como «el ángel de la paz» –así lo nombró San Buenaventura- uno puede darse cuenta que su vida está impregnada con el mismo contenido de la Buena Nueva. Él mismo, cuando experimentó la reconciliación, quería que otros también experimentaran la cercanía del Dios de la paz. Las palabras de San Francisco escritas en su Testamento demuestran claramente que el mandato de anunciar la paz, lo recibió directamente de Cristo: «El Señor me reveló que debo utilizar este saludo: El Señor te dé la paz» (Test 23) y de hecho esta recomendación, fuertemente asociada con el ministerio misionero, se usaba en cada sermón. «Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna» (1 C 23).[2]
El ejemplo de San Francisco seguramente inspiraba a nuestros misioneros a convertirse en “mensajeros del Evangelio y de la paz”,[3] y las palabras pronunciadas por ellos, “Paz y Bien” eran “como el lema de la evangelización franciscana”.[4]
También el Catecismo de la Iglesia Católica, después de ocho siglos de esta propuesta franciscana dice algo parecido: «Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes» (CIC 2306).
Estas palabras resultan ser familiares al misionero de hoy y ciertamente eran familiares para Miguel, Zbigniew y Sandro, porque, como escribió San Juan Pablo II: «El misionero es el hermano universal” (RMs 89), y justamente para los peruanos, nuestros misioneros mártires, querían ser hermanos de todos. También se convirtieron en un «signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia» (RMs 89), pero trae la paz por Jesucristo a los que están lejos y a los que están cerca (Cf. Ef 2, 17).
Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que la percepción de ellos como mensajeros del Evangelio y Paz se justifica?
El comienzo de su aventura misionera, para ser más precisos, el momento de decir adiós a los fieles, amigos y familiares en Polonia, está marcado con una estampa conmemorativa y en ella con una frase de la Biblia que delineaba su misión:
“¡Oh, cuán hermosos son sobre los montes
los pies portadores de buenas nuevas,
que anuncian la paz, proclaman la felicidad
y anuncian la salvación…” (Is 52,7)
¿Quién se imaginaría que tres años más tarde, el hecho de anunciar la paz llevaría a los padres a los pies de la Cruz, que es un signo de la reconciliación y la paz? ¿Quién pensaría que «después de 24 años de su martirio, y después de casi 20 años transcurridos desde el inicio del proceso canónico de beatificación» serán beatos, porque anunciaban la paz? ¿Quién lo pensaría…?
Hoy, después de tantos años, tal vez no hay lugar para buscar respuestas a esta pregunta, sino más bien hay que centrarse en la acción de gracias y pedir lo que nos quiere decir su martirio, tal vez como lo hizo el padre Jarek Wysoczański, Hermano de la comunidad de Pariacoto de aquel entonces, cuando les escribió en una carta las siguientes palabras:
“En primer lugar, me gustaría dar las gracias a ustedes que conjuntamente tomamos la decisión de dejar todo y arriesgar nuestra vida por el Evangelio en un país tan lejano. No fue fácil; la situación en nuestro país fue muy difícil, hemos luchado por la libertad. También me gustaría dar las gracias de que podíamos elegir un pasaje del libro de Isaías, que cayó profundamente en el corazón, y se convirtió en el buen alimento para fortalecer la opción por la paz”,[5] la paz que tanto perturbaba a los terroristas de Sendero Luminoso que llegarían al poder mediante una revolución que querían realizar, por lo que tomaron la decisión de matar a los misioneros, decisión, que contenía las siguientes alegaciones, que decían que los misioneros “engañaban a la gente al predicar la paz, que al distribuir alimentos adormecían a la población por causa de la religión, el rosario, la misa, la lectura de la Biblia y no apoyaban la revolución. Hay que matar a los que predican la paz -decían-; la religión es el opio del pueblo, es una manera de dominarlo”.[6]
Un preludio de lo que ocurrió en el mes de agosto de 1991, en la Diócesis de Chimbote eran tres atentados sucedidos durante el año 1990, que dañaron los edificios diocesanos, incluso la propia casa del Obispo del lugar. El mismo fue chantajeado con la amenaza de asesinar a los sacerdotes de su diócesis si no abandonaba su sede. Generalmente, en las regiones campesinas los terroristas practicaban las ejecuciones en la presencia del pueblo reunido y atemorizado. Al principio, se recurría a éstas contra los dirigentes civiles del pueblo. Sin embargo, al pasar el tiempo, sus víctimas también fueron los religiosos, especialmente después del año 1986, cuando se propuso iniciar la lucha con la finalidad de aniquilar la religión.[7]
Juan Pablo II, durante su visita apostólica en el Perú, en el lugar más marcado por el mal del terrorismo, es decir, en Ayacucho, el 03 de febrero del 1985, llamaba a ceder a la violencia, dejar todo aquello que lleva al genocidio. El mismo habló sobre los medios cristianos para establecer la justicia, pidiendo no caminar por la vía de la muerte, sino convertirla en el camino que lleva a la reconciliación, el orden y la paz. El papa rogaba a los que se dejaron llevar por las ideologías destructivas y violentas: “¡El mal nunca es camino hacia el bien! No podéis destruir la vida de vuestros hermanos; no podéis seguir sembrando el pánico entre madres, esposas e hijas. No podéis seguir intimidando a los ancianos. No sólo os apartáis del camino que con su vida muestra el Dios-Amor, sino que obstaculizáis el desarrollo de vuestro pueblo. ¡La lógica despiadada de la violencia no conduce a nada! Ningún bien se obtiene contribuyendo a aumentarla. Si vuestro objetivo es un Perú más justo y fraterno, buscad los caminos del diálogo y no los de la violencia”.
Hoy, ha quedado claro que la última palabra no pertenece a la muerte, ni para los que asesinaron a los misioneros. El sendero de los terroristas de Sendero Luminoso se hizo menos luminoso, cuando por otro “sendero”, es decir, el camino que conduce de Casma a Pariacoto, un cortejo fúnebre fue recibido con las aclamaciones de paz, y la paloma soltada en Pariacoto parecía anunciar que después del “diluvio de la sangre” llegará el momento de paz en los corazones de nuestros pueblos. Siempre será así, porque la esperanza de vencer el mal con el bien jamás morirá.
Oración universal…
Padre nuestro…
Oración
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado, como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.
Amén.
Bendición
- [1] Cf. W. Egger, L. Lehmann, A. Rotzetter, Franciszek niesie pokój, en Duchowość franciszkańska, Wrocław 1992, fasc. 21, 1. 8-9.
- [2] L. Iriarte, Powołanie franciszkańskie. Synteza ideałów św. Franciszka i św. Klary, Kraków 1999, 262-263.
- [3] F. Uribe Escobar, La vida religiosa según san Francisco de Asís, Oñate (Guipúzcoa), 1982, 99; E. Caroli, Evangelizar y contemplar, SelFr18 (1977), 285.
- [4] Ibid.
- [5] J. Wysoczański, Carta a los mártires, Roma 2015, [archivo del autor].
- [6] Ibid.
- [7] Cf. W. Bar, Na krwawym szlaku. Sendero Luminoso – prześladowca, Lublin 1999, 228, 230-231.
Día 2ndo – Pobreza, fuerza evangelizadora, creadora de comunidad
En el nombre del Padre…
Acto de perdón
Oración
Señor, Tú que ungiste con el don del sacerdocio
a tus hijos Miguel, Zbigniew y Sandro
y los enviaste como mensajeros
de la Buena Nueva en el Perú.
Te damos gracias por haberles otorgado
la palma del martirio
y te pedimos que los glorifiques también
con la corona de los santos.
Por su sangre derramada por Ti,
danos fidelidad en la fe,
haznos testigos de la esperanza,
guarda nuestras vidas
y concede a nuestra patria
el don de la paz.
A las víctimas inocentes de la violencia,
recíbelas en tu Reino
y concédeles el premio eterno.
Amén.
Primera lectura: Hch 4, 32-35
Salmo 34 (33), 2-3. 4-5. 6-7. 9. 11
Evangelio: Mt 6, 25-34
Reflexión
Pobreza, fuerza evangelizadora, creadora de comunidad
La Constitución dogmática sobre la Iglesia señala que uno puede participar en la gloria de Dios siguiendo a Cristo en los pobres (Cf. LG 41). El mismo Jesús les llama bienaventurados (Cf. Mateo 5: 3), y sobre todo es a ellos a quien les proclama la Buena Nueva (Cf. Lc 4, 18; Mt 11, 5; Lc 7, 22). De este modo se confirma que el lenguaje del Evangelio es principalmente el de las bienaventuranzas (Cf. TMA 20). Esta misma idea lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice que: “Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: «A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda» (Mt 5, 42)”(CIC 2443). Por tanto, los pobres son un signo que la Tradición de la Iglesia llama “el sacramento de Cristo”.[1]
El hecho de que la Iglesia haya tomado la actitud constante de amar a los pobres (Cf. CA 57), lo atestigua San Francisco de Asís. Para él la vida evangélica es la que se trasmite más a través del testimonio que de las palabras; esto era como el primer síntoma de una vida misionera, que centrada en la pobreza apunta más a los bienes espirituales que a los materiales. El Santo de Asís pretendía inculcar un espíritu de generosidad en los demás, para que el ministerio de proclamar el reino fuera una respuesta al amor y a la salvación gratuitamente dada, y que se realizara con el potencial del amor pobre y humilde.[2] La opción de Francisco por los más pequeños, los perdidos, los pobres inspiró a los hermanos no sólo a abrirse a la gente marginada socialmente de aquel entonces, sino a estar entre ella.[3] Por otra parte, la misma Regla no bulada daba indicaciones acerca de este asunto: “Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos” (1 Reg 9, 2).
En este tema resulta muy actual la enseñanza de Juan Pablo II, quien señala que “la Iglesia en todo el mundo quiere ser la Iglesia de los pobres” (RMs 60). El mismo Papa, citando el documento de la III Conferencia Plenaria del Episcopado Latinoamericano en Puebla indica que “los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús” (RMs 60). Y justamente es a los pobres a quienes, el Santo Padre durante su peregrinación al Perú en 1985, en Villa El Salvador, uno de los distritos de Lima, dijo que ojalá siempre tuviesen hambre de Dios, y que nunca tuvieran hambre del pan de cada día.[4]
Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿estaban conscientes nuestros misioneros mártires: Miguel, Zbigniew y Sandro, que al igual que otros misioneros, tendrían que enfrentarse con el desafío del testimonio de una vida pobre? En las decisiones de sus superiores sobre el lugar de la fundación o la creación de una misión, se puede percibir la voz de los resultados de la II Conferencia General del Episcopado (CELAM) en Medellín, que recomendó a las comunidades religiosas abrir sus conventos en sectores habitados por los pobres y estar abiertos a prestarles ayuda.[5]
De hecho, los elegidos del P. Sandro que trabajaba en Santa, eran los pobres, a quienes por lo general no hay tiempo para atenderlos, y a quienes se les acercaba con humildad y con el espíritu de involucrarse en sus sufrimientos. Su buen corazón de manera especial latía con más fuerza, no sólo cuando veía a las familias que vivían en pobreza extrema, sino que también le estimulaba a proporcionarles la ayuda caritativa a los que no tenían a nadie en quien confiar. Después de la muerte del P. Sandro y de nuestros padres franciscanos, el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú otorgó el premio más alto del estado, el orden Sol del Perú, para valorar el compromiso de los misioneros para con los pobres en este país y darle las gracias por el mejor regalo que podían compartir Polonia e Italia, es decir, el regalo de los misioneros.[6]
La Orden franciscana había enviado a los misioneros a solicitud del Ordinario del lugar, Mons. Luis Bambarén, quien preocupado por la escasez de sacerdotes en su diócesis, escribió una carta al Padre General Lanfranco Serrini, pidiendo la fundación de una comunidad en el lejano Pariacoto.[7] Y es así como desde lo que les vio vivir al iniciar la misión, nos lo escribe y confirma es su testimonio personal la Hermana Marlene de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús:
“Llegaron primero Zbigniew y Jaroslaw (Jarek), unos meses después llegó Miguel. Tres sacerdotes Polacos, jóvenes, que venían de misión a un mundo desconocido, tan diferente al suyo. Desde los inicios compartimos mucho, humana, espiritual y pastoralmente. Recuerdo sus deseos profundos de dejarse ayudar, de querer aprender, de planificar su vida, la pastoral, sus ansias de conocer las costumbres de la gente Peruana y Pariacotina, sus deseos de integrarse a todos y en todas las actividades de la parroquia para conocer y estar en contacto con los grupos que hasta entonces llevábamos sólo las Esclavas, porque no había un sacerdote estable. Sus actitudes hablaban mucho de sus deseos de inculturarse, de encarnarse con alma, vida y corazón en esa misión a la que habían sido enviados. Es así como se iniciaron y se lanzaron al estilo Franciscano a trabajar con las Hermanas Esclavas en la formación del consejo parroquial, cursos para campesinos, club de madres, catequesis familiar, grupo juvenil, coro, salidas a las alturas, etc. Puedo decir que con su cercanía y cariño hacia toda la gente se ganaron el corazón de los Hermanos Pariacotinos y caseríos a los que fueron llegando poco a poco. La actitud de ellos era ayudarles humanamente y espiritualmente, darles a conocer la Buena Nueva de Jesús en Pariacoto y en las comunidades de los alrededores donde la presencia de Iglesia sólo se limitaba a celebraciones en las fiestas patronales. Para ellos lo humano y espiritual iban de la mano, no entendían que estas dos dimensiones se dieran por separado”.[8]
El cuidado de los demás no era una carga para ellos, ni era un obstáculo en el ministerio sacerdotal.[9] La pobreza en sí les ayudó a abrirse a Dios y a los demás (Cf. Puebla 1158), pues comenzaron a vivir entre los habitantes de su misión como Hermanos menores, ofreciendo su juventud y la pasión por la vida que brotaba de su fe en Jesús. Al llegar no podían traer muchas cosas para su sustento básico –material, porque Polonia en aquel momento se encontraba en una profunda crisis. Durante varios meses, recibieron mucho de las Hermanas Esclavas y de Monseñor Bambarén. La situación en la que se encontraron, les obligó a tocar muchas puertas para pedir ayuda. Su pobreza, la pobreza de los fieles, entre los cuales vivían, era realmente una “Iglesia con las puertas abiertas” (EG 46), que consistía en abrir los corazones a los habitantes de la misión entera, a las personas de las organizaciones que ayudaban al desarrollo de la sociedad en diferentes niveles. El hecho de tocar varias puertas contribuyó a vivir el espíritu de la solidaridad y la creación de la comunidad, a generar relaciones interpersonales que se han convertido en tierra buena, tierra susceptible para recibir la Palabra de Dios.
En esta misma línea, se expresó también el embajador de Polonia en el Perú, en una carta escrita en noviembre de 1991, donde declaró que los misioneros polacos -aparte de la actividad pastoral- han contribuido a la mejora de las condiciones sociales para el bienestar general de la población local, ganando al mismo tiempo su respeto y simpatía. Esto causó en los grupos antigubernamentales indignación que hasta entonces se creían ser los únicos defensores de los intereses de las masas más pobres de la sociedad.[10]
Sin embargo, los que estaban a favor de los pobres de una manera tangible y medible eran los misioneros, no los terroristas. Los senderistas después del secuestro de Miguel y Zbigniew, fatídica noche del 09 de agosto de 1991, yendo en la dirección de Pueblo Viejo, querían, detrás de sí, quemar el puente de Pariacoto. Parece, sin embargo, que al matar a los franciscanos también querían destruir otro puente. ¿Cuál? El puente del estilo de vida sencilla y pobre, puente, en el que era posible un encuentro fraterno para expresar las diversas necesidades de cada uno.[11]
Miguel, Zbigniew y Sandro murieron como Hermanos. Les ha unido la misma causa, la de la vida y muerte de los pobres a los cuales ellos mismos pertenecían. Y a pesar de que durante su vida no tenían muchas cosas, han enriquecido a muchos.[12] Y aunque actualmente en la tierra no poseen nada, ya en el cielo han heredado todo, ya poseen a Dios que se hizo pobre, para que nosotros fuésemos enriquecidos con su pobreza (Cf. 2 Cor 8, 9).
Oración universal…
Padre nuestro…
Oración
Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
todo bien, sumo bien, total bien,
que eres el solo bueno,
a ti te ofrezcamos toda alabanza,
toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición
y todos los bienes.
Hágase. Hágase.
Amén.
Bendición
- [1] Homilía del Santo Padre Pablo VI, Viernes 23 de agosto de 1968, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680823.html
- [2] Cf. M. Hubaut, Francisco y sus hermanos, un nuevo rostro de la misión, SelFr 34 (1983) 11-13.
- [3] Cf. J. Garrido, La forma de vida franciscana, ayer y hoy, Oñate (Guipúzcoa) 1993, 111-112.
- [4] Cf. Hambre de Dios. Hambre de Pan. I Congreso Teológico Internacional, Chimbote 1987, 278.
- [5] Cf. A. Lorscheider, Documento XVI: La pobreza de la Iglesia, en Medellín. Reflexiones en el CELAM, Madrid 1977, 184-185.
- [6] Cf. A. Tagliaferpi, En el camino de la esperanza, [material no editado todavía].
- [7] Cf. J. Lisowski – D. R. Mazurek (ed.), 25 Aniversario de la Presencia Franciscana Conventual en el Perú de la Provincia de «San Antonio y Beato Jacobo de Strepa» de Cracovia-Polonia, Delegación Provincial del Perú de los Hermanos Menores Conventuales (Franciscanos), Lima 2013, 2-3.
- [8] M. Trelles, Testimonio sobre la Memoria del Martirio de fr. Miguel Tomaszek y de fr. Zbigniew Strzałkowski 1991-2015, [apuntes personales, 2-3].
- [9] Cf. Z. Gogola, La vida que nace del martirio. Los misioneros franciscanos conventuales en Perú, Palencia 2005, 112.
- [10] Cf. W. Bar, Sobre el proceso de beatificación de los mártires de Pariacoto Historia, estado actual, proyección, Decires 5 (2012) 269.
- [11] Cf. J. Wysoczański, Testimonio sobre la vida y martirio de los hermanos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzałkowski, frailes franciscanos menores conventuales, Decires 4 (2011) 84-87.
- [12] Cf. Epístola a Diogneto, V, http://escrituras.tripod.com/Textos/Diogneto.htm
Día 3ro – La oración, fuerza en la misión
En el nombre del Padre…
Acto de perdón
Oración
Señor, Tú que ungiste con el don del sacerdocio
a tus hijos Miguel, Zbigniew y Sandro
y los enviaste como mensajeros
de la Buena Nueva en el Perú.
Te damos gracias por haberles otorgado
la palma del martirio
y te pedimos que los glorifiques también
con la corona de los santos.
Por su sangre derramada por Ti,
danos fidelidad en la fe,
haznos testigos de la esperanza,
guarda nuestras vidas
y concede a nuestra patria
el don de la paz.
A las víctimas inocentes de la violencia,
recíbelas en tu Reino
y concédeles el premio eterno.
Amén.
Primera lectura: 1 Tes 5, 16-25
Salmo 131, 1. 2-3
Evangelio: Lc 10, 38-42
Reflexión
La oración, fuerza en la misión
El nuncio del Evangelio por los primeros franciscanos apareció como parte integral de su vida. La proclamación adquirió una triple dimensión: la de oración, predicación y ejemplo. Conviene marcar además que el buen ejemplo era la modalidad más privilegiada que la anunciación de la palabra. Uno y otro, sin embargo, se fundamentaban en la profunda oración. En esta materia definitivamente adquiría su importancia la oración común de los hermanos que debían alabar a Dios, más aún si los otros no lo practicaban.[1] Toda además actividad, no tan sólo la de predicación, exigía tener el espíritu de oración. Ejemplo que bien ilustra esta tendencia es la recomendación de observar el silencio hasta la hora tercia, es decir la oración de media mañana con los salmos, practicada no tan sólo por los hermanos que llevaban la vida en los eremitorios, sino también por los predicadores.[2] Pues S. Francisco estuvo convencido que la oración de sus hermanos más simples fue la mejor herramienta para llevar a los demás a la conversión. Cuando exhortaba a los predicadores para que no ambicionen la vanagloria por su efectividad pastoral decía: “¿Por qué os gloriáis de haber convertido a quienes han sido convertidos por las oraciones de mis hermanos los simples?”[3]
El hecho de ser misionero a imagen de Cristo supone estricta relación con Dios a través de la oración, más que nada. Es necesario a que el misionero antes de partir hacia la gente primero se encuentre con Él, para llenarse de gracia por la que el Padre convierte y atrae hacia el mismo, “orar también por su propio apostolado”[4] y para –como propone el Concilio Vaticano II– llenando su corazón con fe viva e inconmovible esperanza se convierta en “hombre de oración” (AG 25).
Innegablemente sucede que “Las misiones son una cuestión de fe, una necesidad derivada de la fe, una obligación. La boca habla desde la abundancia del corazón. Una cocina encendida irradia calor. Una lámpara encendida da luz. Un fuego encendido enciende. La fe es vida, y la vida debe despertar la vida”[5]. Más, a que la transmisión de esta vida divina sea efectiva, la oración y acción deben permutarse mutuamente en la espiritualidad del misionero, integrando ministerio exterior con la vida interior y haciéndolo contemplativo en acción.[6] Los problemas con los que tropieza han de ser solucionados en la oración, porque “no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles: «Lo que contemplamos … acerca de la Palabra de vida …, os lo anunciamos» (1 Jn 1, 1-3)” (RMs 91).
El Papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium escribió que “Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (EG 259) así que dedicando el tiempo a la adoración y meditación de la Palabra de Dios respiren con los pulmones de oración (Cf. EG 262), y por eso no apaguen “no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir” (2 R 5, 2), por cuyo mantenimiento tanto insistía el S. Francisco, incluso en momentos de trabajo. Es lícito decir que el Santo de Asís tuvo derecho a ello pues el mismo muy frecuente se unía al Señor. Tomás de Celano escribió que justo en la oración S. Francisco “oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo” (2 Cel 95).
Nuestros hermanos, los mártires franciscanos, se distinguían con espíritu de oración. El P. Jarosław Wysoczański en su carta al ministro provincial, escrita a los tres meses antes del martirio de Zbigniew y Miguel, no sin motivo, en lo referente a la ordenación de casa, en el primer lugar pone la capilla:
“Sin darnos cuenta, por razones reales y objetivas, caímos en la boca del lobo, de quien odiaba a la Iglesia y todo tipo de presencia que luchara contra la pobreza y la injusticia social. Fueron tiempos bien difíciles, pero los tres juntos fuimos capaces de responder con gran generosidad al clamor de los pobres, tanto por el pan de cada día, como por el hambre de la palabra de Dios, recorriendo los senderos de la misión de Pariacoto. Todavía hoy me sigo preguntando de dónde sacábamos aquella fuerza para permanecer unidos siendo tan distintos. Y se me ocurre pensar en la fe y en nuestra vocación que aumentaban y crecían en la contemplación. Quiero recordar un episodio pequeño, pero muy significativo. Nunca contábamos ni nos quejábamos de que nos faltaba combustible para iluminar la capilla, nunca os dije abiertamente que alguien pasaba horas delante del Santísimo, especialmente de noche. Sin decir nada, mediante nuestra actitud orante, estábamos convencidos de que allí, en nuestro pequeñito oratorio, que recordaba el estilo de la capilla de Carlos de Foucauld en Argelia, nos jugábamos la vida entera. Gracias por haber sido hombres de oración”[7].
La ubicación del oratorio doméstico se hizo en la parte central de casa, a facilitar el acceso, y que durante las actividades diarias su cómoda ubicación invitara a entrar, aunque sea por un instante. Su austeridad invitaba a silencio e inspiraba el encuentro con uno mismo y con Dios. Su interior sutilmente olía a querosene de lamparita del sagrario. Frecuentemente en la madrugada se advertía su significativo desgaste, lo que indicaba una larga oración nocturna de alguno en la presencia del Señor. De hecho, la oración daba el vigor a transitar los sederos de la misión de Pariacoto y a generosa respuesta a las voces de los pobres sedientes de Dios y del pan. Otra explicación no se daba, fuera de la que tan diferentes entre sí los hermanos, justo en la contemplación buscaran el común crecimiento en su vocación misionera.[8]
En Pariacoto los hermanos experimentaron de nuevo un celo y pasión a la adoración de la Eucaristía gracias a las hermanas de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Usualmente oraban junto a ellas, preparaban servicios litúrgicos y colaboraban en fundar un grupo de “Adoratrices”, damas que solían los jueves congregarse en la adoración. En estas iniciativas aparentaba la espiritualidad franciscana, pues el mismo Francisco enseñó a sus hermanos devoto celo hacia Jesús Sacramentado. Muestra de ello es la costumbre hasta el día de hoy en todos los rincones del globo donde moran los franciscanos, que devoción comunitaria delante del sagrario empiezan con las palabras: “Te adoramos, Señor Jesucristo, [aquí y] también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo” (Test 5).
Tanto para nuestros hermanos polacos, como para el presbítero Alejandro, la vida espiritual llena de adoración del Santísimo Sacramento formaba una de las más hermosas expresiones de la acción misionera. El presbítero Tomás lo recuerda como varón que paraba devotamente delante de la Eucaristía, especialmente terminada la misa, también el modo de oficiar su misa inspiraba a los fieles de su parroquia forjarse devotos adoradores del Santísimo Sacramento. Hermana Augusta Carrara recuerda también que el presbítero Dordi al enseñar la oración animaba que ella iluminara todos los días de su vida de ellos y que todo lo que inauguraran, todo lo que hagan sea imbuido por ella.[9]
En la comunidad de Pariacoto acción misionera y contemplativa se entrecruzaban alternativamente, y el sano esfuerzo a trabajar quedaba moderado por las recomendaciones de superiores para que a las horas de faena correspondan adecuadas horas de plegarias. De esta forma se cuidaba de cierto equilibrio entre los afanes y rezos. Incluso en discernir con los líderes locales, con los catequistas o religiosas, se precedía dirigiendo una súplica a Dios, a que la oración se convierta cada vez más en fuente de fecundación de este suelo misionero y que no sea un suplemento a la misión, más bien su núcleo. Si no sucediera así, ¿la hermana Marlene, la testigo de su vida misionera, hubiera escrito en sus memorias que Miguel, fuera de lo que era bueno y manso, fuese también contemplativo? ¿Y que Zbigniew, además de estar dedicado en asistir a otros, quedase sobre todo poseído por Dios?[10] Su nota puede ser explicada tan sólo con el tiempo que los misioneros pasaron delante de Jesús Eucaristía, con su admiración de Dios Padre en la hermosura de creación y contemplativa inmersión en Espíritu Santo.
Oración universal…
Padre nuestro…
Oración
Oh santísimo Padre nuestro:
creador, redentor, consolador y salvador nuestro.
Santificado sea tu nombre:
clarificada sea en nosotros tu noticia,
para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios,
la largura de tus promesas,
la sublimidad de la majestad
y la profundidad de los juicios.
Venga a nosotros tu reino:
para que tú reines en nosotros por la gracia
y nos hagas llegar a tu reino,
donde la visión de ti es manifiesta,
la dilección de ti perfecta,
la compañía de ti bienaventurada,
la fruición de ti sempiterna.
Amén.
Bendición
- [1] Cf. K. Esser, Temas espirituales, Oñate (Guipúzcoa) 1980, pp. 196-197, 202-204.
- [2] Cf. M. Hubaut, Francisco y sus hermanos, un nuevo rostro de la misión, SelFr 34 (1983), p. 14.
- [3] 2 C 164.
- [4] K. Müller, Misjonarze (DM 23-27), w: W. Kowalak i in. (red.), Misje po Soborze Watykańskim II, Płock 1981, ss. 194-195.
- [5] K. Müller, Posłannictwo misjonarza dzisiaj, CT 45 (1975), fasc. I, p. 146.
- [6] Cf. J. Esquerda Bifet, Teología de la evangelización. Curso de misionología, Madrid 1995, pp. 391. 395.
- [7] Cf. J. Wysoczański, [correspondencia personal].
- [8] Cf. J. Wysoczański, Carta a los mártires, Roma 2015, [archivo personal del autor; pp. 1-2].
- [9] Cf. A. Tagliaferpi, En el camino de la esperanza, [archivo personal del autor; sin lugar ni año de edición].
- [10] Cf. M. Trelles, Testimonio sobre la Memoria del Martirio de fr. Miguel Tomaszek y de fr. Zbigniew Strzałkowski 1991-2015, [archivo personal del autor; sin lugar ni año de edición, p. 3].