El martirio es una predilección del Señor. No tenemos ningún derecho de preguntar a Dios por qué le concede a unos y a otros no. Si Mons. Julio Oggioni fue el primero en hablar de martirio en referencia a la muerte del Padre Sandro; pero no ha sido el único. Los días que siguieron a la muerte del Padre Sandro, la prensa peruana, italiana y de Suiza hablaron muchísimo de este cura que había sido asesinado solamente porque defendía los derechos de los pobres y trataba de organizar a los marginados. Su muerte fue calculada y programada en los detalles.
Mucha gente en aquel entonces, en Santa, iba diciendo que el Padre Sandro iba a ser asesinado o que habían intentado matarlo. Muchas cosas hacen creer que lo habían amenazado. Él tenía miedo y lo mostraba, tiene que haber rezado mucho con las letras del Salmo 26,1: “El Señor es mi luz y mi salvación, a quién temeré? ¿El Señor es la defensa de mi vida, quién me hará temblar?”.
La violencia en Santa y en todo el Perú por aquel tiempo, era intensa. Todos vivían mal y con miedo. En la muerte del Padre Sandro hay muchas cosas que no han sido aclaradas. Hay palabras, comportamientos, actitudes que todavía no son claras. El cuerpo del Padre Sandro quedó cuatro horas bañado en su misma sangre, en mismo lugar que había sido asesinado sin que nadie se acercara a él, y no porque nadie pasó.
Quien vio, fue como si no lo hubiera visto; quien transitó por aquel camino, es como si no hubiera pasado; quien escuchó, es como si no hubiese escuchado.
El Perú en los años ochenta y principios del noventa vivió un impacto particular. Escribe el Padre Sandro en una carta dirigida al Padre Alberto, el misionero que lo había reemplazado en Suiza: “La vida social y política del Perú está llena de problemas. El seis de setiembre el Gobierno devaluó la moneda nacional. El he3cho provoca miseria y violencia. Además, el Perú está viviendo un tiempo particular a causa del terrorismo, que con la muerte y la destrucción quieren construir un mundo nuevo.
Estamos viviendo una tensión particular, sobre todo, los que siguen estos hechos porque están llamados a llevar responsabilidades. La Iglesia y el cristiano no pueden desinteresarse de lo que pasa en la vida de los hombres y del país, porque Dios nos llama a dar nuestro testimonio de fe y apoyar a los cristianos. No tenemos que ser demasiado pesimistas, hay muchas señales de esperanza y tenemos que seguir buscándolas. La gente es buena y nosotros tenemos que acompañarla”.
El Padre Sandro no era un cobarde; pero en los últimos días de su vida tuvo mucho miedo. Intuía que le iba a pasar algo. El 13 de noviembre de 1990, después del atentado en que ardió el Municipio de Santa, dijo: “El próximo objetivo de los terroristas, somos nosotros”. Y después de haber leído las palabras pintadas en la pared del mercado de Santa: “Yankees, el Perú será su tumba”, dijo: “Esta amenaza está dirigida a mí”.
El sábado 24 de agosto de 1991 en la noche, víspera de su martirio, estuvo celebrando la misa en Tamborreal Nuevo, clausurando las Misiones que habían predicado los Padres Redentoristas; no pudo ocultar su miedo cuando durante la misa se abrió la puerta para que entraran dos mujeres que se habían detenido. Vivía en la certeza de que le iba a pasar algo. Muchas cosas nos hacen creer que había recibido amenazas. Lo que sigue es el testimonio del Padre Bertino Otárola, vicario de Mons. Luis A. Bambarén, Obispo de Chimbote.
9 de Agosto de 1991
6:30 a.m. En el aeropuerto de Anta (Huaraz) – retornaba de una visita de un día a mi madre – recibí la noticia no confirmada del asesinato de los dos sacerdotes polacos en Pariacoto, Diócesis de Chimbote.
11 de Agosto de 1991
Confirmada la noticia, celebramos los funerales de los misioneros franciscanos conventuales, hoy nuestros mártires, en la parroquia que ellos servían.
Debo aclarar que este doloroso acontecimiento nos obligó a estar atentos y tomar las precauciones necesarias.
15 de Agosto de 1991
6:20 a.m. Sonó el teléfono. Era Monseñor Bambarén instándome a estar en su residencia en el menor tiempo posible.
7:15 a.m. Monseñor Bambarén, mi Obispo estaba sereno a pesar del fatal mensaje que había recibido: “la amenaza de matar a cuatro sacerdotes extranjeros, si él no abandonaba inmediatamente Chimbote”.
Nuestro diálogo terminó conviniendo que, antes del rito de Ordenación Sacerdotal de Julio Asián, se informe a todos los sacerdotes.
4:30 p.m. Los sacerdotes presentes, casi todos, fuimos informados por Mons. Bambarén, la noticia fue corroborada por los Padres Bruno y Héctor – Dominicos – que recibieron “el mensaje” telefónico.
Al terminar el diálogo, que fue muy breve – el Obispo nos dijo: que él tenía programado estar ausente a partir del día siguiente y que a su juicio, no podía exponer la vida de los sacerdotes de la Diócesis, aunque él estaba dispuesto a quedarse – y que en su ausencia lo reemplazaría el Padre Bertino con la asesoría del Padre Lino Dolan y el Padre César Raffo.
16-17-18 de Agosto de 1991
Fueron días muy difíciles.
Tuvimos que evaluar la labor de cada uno de los sacerdotes extranjeros y en base a supuestos, tomar decisiones y señalar prioridades.
Confieso que me fue muy difícil y muy doloroso ser el portavoz de la decisión de los tres responsables de la Iglesia en Chimbote.
19 de Agosto de 1991
El Padre Pablo Fink me recibió a las 10:00 a.m. pues como su parroquia era la más lejana de la sede, él fue quien creíamos debía visitarlo primero.
Nuestro diálogo fue transparente, y él aceptó, nuestro mensaje de salir al día siguiente, como lo hizo de la parroquia de Moro temporalmente.
22 de Agosto de 1991
Confieso que a pesar de no conocer en su totalidad la labor pastoral de Sandro, yo admiraba su amor y su entrega a la totalidad de la realidad de su parroquia.
Yo conocía a Sandro desde su viaje para conocer Chimbote; pues, por coincidencia yo retornaba de Lima en un VW y recuerdo la felicidad que experimentó cuando visitamos las ruinas arqueológicas de “Sechin” y el haber tomado fotografía de un pequeño colibrí o picaflor.
Igualmente, confieso que en esos días recién supe de lo delicado de salud que se encontraba el Padre Sandro.
Sandro, había evaluado él mismo algunos acontecimientos y sobre todo las veces que la gente le había dicho: “Cuídate padrecito”; y no descartaba la posibilidad de que él también podía estar en la lista negra.
Pidió a la hermana que nos sirviera un café y que nos dejara solos. Lo encontré más preocupado por su salud que por posibles acontecimientos.
Le comuniqué que la opinión de os tres responsables de la Diócesis era pedirle y aconsejarle que se alejar de Santa ojalá “hoy o mañana”. Y añadí que personalmente le estaba pidiendo que salga, como representante del Obispo, le dije también que para él la primera prioridad era su salud y que él era el segundo sacerdote a quien le estaba pidiendo una ausencia inmediata aunque temporal de su parroquia y que el primero había sido el Padre Fink.
Pero, Sandro tenía sus pies y corazón en Santa o en su parroquia, y argumentó “mañana viernes deben entregarme los resultados de unas radiografías, además que no podía dejar exabrupto su programa dominical”.
Al insistir, “Sandro, nosotros te queremos y te necesitamos sano y bueno de salud y que estas circunstancias te permiten un tiempo de reposo que ayudará a tu mejoría”, aceptó salir el lunes 26 a Lima.
Antes de terminar nuestra conversación que fue sincera, fraterna y transparente, ya que él, Sandro, no descartaba la posibilidad de estar señalado como posible víctima, le pedí que pensara y reflexionara sobre el mensaje que le había llevado; porque había coincidencia en nuestras presunciones.
Domingo 25 de Agosto de 1991
Aproximadamente, a las 7:30 de la noche estando para proclamar el Evangelio de ese domingo, recibí la noticia de su muerte y su martirio.
Lima 8 de julio de 1992
Rev. Padre Bertino Otárola
(Tomado del libro En el camino de la esperanza – Assunta Tagliaferpi)