Testimonio de religiosa en el primer año de la muerte del Padre Sandro

Testimonio de religiosa en el primer año de la muerte del Padre Sandro
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(Por: Hna. Paula, Hermana de la Virgen Niña) “Conocí al Padre Sandro en 1980, cuando él llegó de Italia. Yo vivía en Chimbote y también él los primeros años. Enseguida nos ayudamos y nos decíamos lo que nos parecía bien o mal.

Un domingo durante la novena de navidad, él me hizo comentar la Palabra de Dios. Él se sentó en la banca al lado de los fieles y yo estaba delante del micrófono y de la asamblea. Las piernas me temblaban.

Me parecía estar delante de un juez. Con el tiempo me di cuenta que así era su modo de ser y nos entendimos. Pero siempre quería averiguar todo y estar presente. No se puede imaginar al Padre Sandro cuando delegaba a alguien una tarea que correspondía a él. Estar presente formaba parte de su modo de ser, el formador y de trabajar; exigente y preciso sin dejar nada a la improvisación.

Cuando le hablaba de un problema, me hacía creer que él ya estaba pesando en otro. Su mente adelantaba las cosas. No corría, pero hacía creer que siempre estaba de prisa.

Cuando hablo del Padre Sandro me doy cuenta que termino para hablar con él. Me dejo tomar de la nostalgia… Sencillo y humilde hasta el extremo. Hombre incapaz de hacer figurar su nombre en cualquier cosa. Abierto y disponible hacia los demás. Tenía dentro de sí mismo la capacidad de escuchar y dar consuelo en las circunstancias más dramáticas. Su sonrisa regalaba amistad y la nuestra, fue muy honda y muy libre.

En Santa tú eras solamente el “Padre”. El hombre a quien se podía decir cualquier cosa, confiar un secreto o abrir el corazón. No todos te han comprendido y tampoco querido. No podía aguantar a los mentirosos que ponen dos caras, los que se querían hacer “los vivos”.

El mundo de tus últimos años ha sido Santa. Te costó mucho adaptarte, entender, aceptar y comprender a la gente; pero lograste aceptarlos y amarlos. La vida de los misioneros es una continua lucha para comprender y amar un ambiente, y sentirse siempre juzgado como “gringo”.

Sabía que eras bueno, pero nunca pensé que llegaras a ser “mártir”. ¿Cómo sorprende el Señor? Cuando los que te mataron manchando con tu camisa blanca con tu sangre, no podían imaginar que estaban poniendo el sello de tu santidad. Querían hacerte desaparecer y te pusieron sobre un trono, querían darnos miedo y nos han hecho más fuertes; querían borrar tu presencia y ahora está más viva que nunca.
Querido, tu muerte sigue dándonos mucho sufrimiento, pero tu sacrificio no ha sido inútil. Yo te siento vivo y amigo más que antes. Miro al cielo y las estrellas, allá en una de ellas, veo escrito tu nombre.

Querido Padre Sandro, tu muerte sigue doliéndome pero tu triunfo es nuestro triunfo. Desde tu pecho atravesado nos sigues gritando que vale la pena vivir por y para Cristo, que vale la pena dar la vida por los hermanos; que es hermoso amar y ser amigo…
Perdóname Padre Sandro, si he dicho mucho de ti pero es la alegría y el orgullo de tu amistad y tu martirio. “Hasta el cielo, Padre Sandro”.

(Tomado del libro En el camino de la esperanza – Assunta Tagliaferpi)


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