Hablar y escribir del Padre Sandro, quiere decir hablar y escribir también de su familia, de su pueblo, de su casa, de sus montañas, de sus estudios, de sus amigos; es decir, de todo lo que se refiere a él y a su vida antes que llegara a Santa.
El Padre Sandro era el segundo hijo de la familia Dordi – Negroni. Nació en Gromo S. Marino el 23 de enero de 1931. Sus padres tuvieron trece hijos, nueve llegaron a la edad adulta.
Se fue a estudiar al Seminario Diocesano de Clusone, luego al de Bérgamo, cuando tenía solamente once años. A los dieciocho, cuando tenía que ingresar a las clases de Teología, pidió pasar a la “Comunidad Misionera de Paradiso”.
Recibió la orden sacerdotal por manos de Mons. Adriano Bernareggi, Obispo de Bérgamo, a os 23 años con otros treinta compañeros, el 12 de junio de 1954.
En la Catedral de Bérgamo recibió su primera consagración y el mismo año, el “mandato misionero”, para ir por el mundo entero y anunciar la “Palabra de Dios”. En la misma Catedral el primero de setiembre de 1991, su modo de actuar y de ser testigo creíble de Jesús, recibió la consagración antes que sus restos mortales fueran llevados a su pueblo natal, donde descansa junto a sus padres y los pequeños hermanos.
Primera etapa de su actividad misionera fue la ciudad de Donada en la provincia de Rovigo, al lado del río Po, entre los campesinos y los que habían tenido sus casas inundadas en 1951.
Después de once años dejó Donada y fue a Suiza como Capellán de los emigrantes. Por catorce años se preocupó en ayudar y acompañar a os 3,500 italianos que trabajaban en Suiza en el departamento de Le Locle, donde él vivía. Durante estos años fue a trabajar en una fábrica de relojes para comprender al obrero que debía cumplir con un trabajo.
Su actividad misionera lo llevaba adelante, sin preocuparse por las noches ni los sábados o domingos.
Pasó 1979 y 1980 en Italia. Quería ir al África, a Burundi, como misionero. Más luego de haber visitado algunos países de América Latina, eligió pasar en el Perú sus últimos años. Significativa es la carta que Mons. Luis Bambarén le dirige en fecha del 20 de noviembre de 1979.
Estimado hermano en Cristo:
Espero que al leer la presente haya regresado contento y fortalecido espiritualmente de su viaje por nuestra Prelatura de Chimbote y de Huari.
Deseo manifestarle una posibilidad de trabajar pastoralmente en el valle del Santa conjuntamente con el Padre Carlo Iadicicco del CEIAL, quien vendrá a hacerse cargo de la Parroquia dentro de unos meses. Podría Ud. Conversar con él al respecto, ya que le he manifestado mi deseo al Señor Obispo Mons. Luigui Diligenza y al Padre Carlo de que serán necesarios tres o cuatro sacerdotes, los que se hagan cargo de esta parroquia que comprende 37 pueblecitos, y así formarían una pequeña comunidad Sacerdotal.
Que el Señor lo bendiga y lo ilumine para que su elección sea en bien de nuestros hermanos que tanto necesitan de la Palabra de Dios.
Fraternalmente en Cristo
Luis A. Bambarén
Obispo de Chimbote
Siempre regresaba contento a su tierra natal. Era enamorado de su pueblo y de su gente. Participaba en la vida de su familia y de su comunidad.
En las cartas dirigidas a sus parientes, recurre siempre a la palabra “nostalgia” y ruega a sus familiares y amigos a disfrutar del aire, el viento, las flores, la nieve, los bosques, las montañas que rodean Gromo S. Marino. “Aquí – escribe en una carta – quisiéramos disfrutar, a veces, de estos elementos de la naturaleza que Dios ha regalado a todos, pero sólo hay desierto y polvo…”
El Padre Sandro dejó su familia y su pueblo muy joven pero siempre llevó consigo la nostalgia de sus montañas, de sus tradiciones, del “murmullo” de las aguas del río Serio que pasa cerca de la casa paterna. Amaba mucho la naturaleza y congeniaba con su carácter cerrado y hermético. Se paraba estático a mirarla, le hablaba, le decía sus pensamientos, le confiaba sus preocupaciones. La maravillosa naturaleza que lo vio nacer podía hacerle compañía por días enteros. Se dejaba llevar por eso con paciencia y adhesión. El verde de los cerros en primavera o el mosaico de colores en otoño lo llenaban de gozo. En el interior del Padre Sandro había quedado el “niño” que cada hombre lleva en lo profundo de su alma.
Giovanni Nosari, su ex compañero de Seminario, escribe de él:
“El Padre Sandro era un montañés auténtico. Amaba las montañas y las recorría con alegría y entusiasmo. Nunca se cansaba. Era muy difícil seguirlo en la montaña. En la cumbre del Recastello hay un pequeño cuaderno, quien llega allí pone su firma. Como los demás también está la del Padre Sandro…
Cuando supe de su martirio, hablé de él con un compañero y se puso a llorar. Yo también creo que es un mártir. Siempre me asombró su espíritu evangelizador. Estoy convencido que el Padre Sandro y muchos otros misioneros, han vivido la “vocación de martirio” para el bien de los que invocan dignidad y liberación. Son verdaderamente santos porque lo han hecho en nombre de Cristo.
Siempre me dejé llevar por su sonrisa, era como de un niño. Estoy convencido que el Padre Sandro me está mirando, sonríe y me llama a vivir intensamente y con fidelidad el ideal misionero”.
Giovanni Nosari
Otro compañero del Padre Sandro escribe de él:
“He vivido los años del Seminario con el Padre Sandro, pero lo conocí más cuando tuve la oportunidad de conocer a sus padres y a su familia. Sus padres le transmitieron sus virtudes y lo prepararon a desarrollar el ministerio sacerdotal. El Padre Sandro había tomado muchísimo del padre y de la madre. Hablaba poco como el padre, pero sabía tomar la palabra en el momento justo. Decididos los dos, cuando querían algo llegaban hasta el final. Siempre disponibles para ayudar, llevaban dentro de sí mismo ternura y dulzura, aunque muy raramente lo demostraban. Así eran.
La mamá del Padre Sandro era una mujer sencilla y religiosa. De ella, se puede decir que estaba constantemente cerca de sus hijos. Les transmitía su amor en silencio, con su bondad y su oración.
Yo creo que el Padre Sandro aprendió de sus padres a creer en la bondad de Dios, a sonreír, a amar a la Iglesia y a aceptar con gozo la voluntad de Dios”.
Padre Maurilio Mologni
Ex párroco de Gromo S. Marino
En Donada el Padre Sandro estuvo como once años (así como en Santa) y es difícil decir todo lo que hizo en ese período. Me parece bien decir que ni un solo momento estuvo sin hacer nada. Aunque haya pasado mucho tiempo, lo recuerdan con cariño y devoción. El año pasado con Camilla y el Padre Lino fuimos a Donada llevando el libro que relata su martirio. Me dio mucha alegría constatar cómo lo recuerdan por su entrega y generosidad. Durante este tiempo él decía que no había hecho nada, visitó a todas las familias e hizo un censo de las personas que debía atender. Los jóvenes han estado siempre en el corazón y en la cabeza de este cura, aunque creyó que no tenía el trato para estar con ellos.
Con su bicicleta se desplazaba de un lugar a otro a una velocidad única. Nos contó la señora Luigina Marangoni, que en aquella época era una niña: “Un día ella estaba en casa y su papá enfermo. El Padre Sandro se enteró y vino con su bicicleta a visitarlo. No se dio cuenta que ya había llegado y seguía pedaleando. Cuando quiso parar no logró hacerlo por la velocidad. Chocó en la red que protegía ola huerta de la familia. Yo dije: ¡Vengan a ver al Padrecito que se ha caído y está con la cabeza por tierra y las piernas en el aire!, y me puse a reír. Al contrario, mi mamá salió de casa y le preguntó al Padre si la caída lo había lastimado Él dijo que no y se sonrojó”.
Los adolescentes y los jóvenes de Donad lo veían como un buen “zorro” que siempre estaba presente cuando había que defender a alguien y actuar con justicia; pero tampoco se pude pensar que era un cura que sólo sabía hacer “hazañas” con la bicicleta. En ese modesto instrumento está encerrado su dinamicidad para estar presente donde lo necesitaban.
Si los primeros meses le parecieron largos fue porque no sabía qué hacer, luego el tiempo loe parecía que transcurría rápido. Visitar a los enfermos, dar clases en los primeros grados, hacer surgir y seguir la escuela de canto, buscar textos y acompañar a los jóvenes en la compañía de teatro; conseguir fondos para construir el Centro Profesional; seguir a los catequistas y motivar a los padres para que vinieran a la parroquia y mandaran a sus niños, es lo que realizó el Padre Sandro en Donada.
Para los que quieran saber algo más del Padre Sandro mientras estuvo en el Polesine; pueden leer el testimonio del Padre Felice Bellini que ha sido uno de los primeros seis que con el Padre Sandro fuero a Polesine.
Dice: “En Polesine el recuerdo del Padre Sandro sigue siendo vivo. Me di cuenta en estos días, cuando he visitado al Obispo de Chioggia, Diócesis del Padre Sandro, Mons. Alfredo Magarotto. Mientras me saludaba dijo que los curas de Bérgamo, entre ellos el Padre Sandro, habían dejado “huellas profundas” durante su estadía entre la gente.
El 25 de setiembre de 1991, en Taglio di Donada el mismo Obispo expresó: “Ya podemos venerar al Padre Sandro como mártir si recordamos cómo ha muerto por su fidelidad a Jesús Crucificado”. Luego, hablando con Mons. Giovanni Pozzato, Rector del Seminario de Chioggia, manifestó que recordaba al Padre Sandro como un sacerdote dispuesto, generoso, deportivo. El tiempo no había borrado su imagen, estaba vivo y presente como si hubieran pasado sólo unos meses y no 28 años de su salida de ese lugar”.
Chioggia, 8 de Junio de 1993
Padre Felice Bellini
Cuando el Padre Sandro llegó a Donada no existía la iglesia. Celebraba la misa en un salón del Centro POA (Pontificia Obra Asistencial) que había sido hecho después del primer gran aluvión de 1953.
Dice el Señor Sergio Benetti: “Fue el Padre Sandro quien hizo la cancha para jugar fútbol, plantar árboles alrededor de la cancha y del jardín de infantes. Organizó un equipo de deportes para jugar partidos el sábado o domingo y acercarse a los jóvenes. Se familiarizó con los hombres que los domingos iban sólo a las cantinas o a jugar, y los invitó a participar en la escuela de canto e hizo contacto con una pareja para que pudiera seguir la programación de las películas el domingo por la noche. No se sabe cómo recaudó el dinero para abrir una biblioteca y equiparla con muchos libros para todos los que querían informarse no seguir ignorantes, todos podían llevar libros en forma de préstamo. Cuando el Padre Sandro quería algo, lo conseguía. Recuerdo un domingo que el grupo de Donada tenía que representar una comedia y los policías no querían que fuera por la calle haciendo publicidad para este acontecimiento; él encomendó la publicidad a los ambulantes del mercado que repartieron las invitaciones sin que nadie se diera cuenta. El salón se llenó y fue verdaderamente un gran espectáculo”.
Taglio di Donada 31-5-1993
Sergio Benetti
Escuchando y leyendo el testimonio de las personas que conocieron al Padre Sandro hace treinta o cuarenta años, nos damos cuenta como ya joven estaba desarrollándose su carácter firme y el alma de misionero, que cada uno de nosotros hemos podido ver en el Padre Sandro.
La señora Teresa Castillo de Calderón en su testimonio escribe:
“… En la tarde del domingo 25 de agosto de 1991 estaba en la casa, de pronto sonó el timbre de la casa y pude escuchar: “Papá, papá, mataron al Padre Sandro”. Era mi hija que desesperada me anunciaba esa dolorosa noticia. Mi esposo salió corriendo y yo también con la esperanza de que no fuese verdad. Llegué a la iglesia y todo era una confusión, nos mirábamos asustados y consternados. Trajeron al Padre Sandro y lo velamos toda la noche. Fueron momentos inenarrables. Después de llevaron al Padre a su tierra y nosotros nos quedamos desamparados….
Él había logrado hacernos cambiar y madurar en la fe. A partir de ese momento la figura del Padre Sandro se agigantó, tuvimos la certeza de que habíamos perdido algo muy valioso y no lo supimos valorar en toda su magnitud.
No era un hombre perfecto. Era como todas las personas, tenía sus gustos, predilecciones, defectos, tal vez temores; pero tenía un gran amor a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santa Virgen María. Su amor y su fe lo hacían diferente a todos nosotros.
Tuve la suerte (ahora lo sé) de colaborar con él enseñándole un poco del idioma castellano. Lo empecé a conocer más cuando introdujo en la parroquia la Catequesis Familiar. El interés y la perseverancia que nos demostró para que este programa se llevara a cabo, me sirvió para admirarle muchísimo.
Sus homilías eran algo que a la mayoría de la gente nos aburría y nos incomodaba, porque nos demostraba que no éramos verdaderos cristianos. En las misas de difuntos, matrimonios u otras celebraciones, sus palabras eran más fuertes. Tal vez, hasta ahora haya gente que no comprenda esta manera de hacernos reflexionar en la fe; pero quienes lo fuimos conociendo, sabemos que su manera de ser nos hizo cambiar mucho.
Aprendimos a leer la Palabra de Dios y a reflexionar sobre lo que ella nos enseña. Nos enseña a vivir mejor, a ser constantes y a no desfallecer en las primeras dificultades, a recibir y a dar, a vivir unidos, a rezar en familia.
Con los niños compartió sus mejores momentos. Le gustaba saber de ellos preguntándoles, bromeando y sobre todo sonriendo con ellos, como si él mismo fuera un niño.
Se identificó con los campesinos. Cada domingo iba llevándoles aliento y la palabra de Dios. Asistió a los enfermos y ancianos. Rezó por los difuntos. Organizó la parroquia y siempre marchó adelante dándonos ejemplo de humildad, como también de tenacidad.
¿Por qué lo mataron?
Nadie nos da una respuesta. Ha pasado un año de su muerte y sólo puedo añadir que su presencia espiritual sigue siempre con nosotros y que la respuesta a mis preguntas me la ha dado Dios y la fe. Él nos deja a todos un recuerdo en lo hondo de nuestro corazón que jamás podremos olvidar. Yo é que él vive, vive, vive”.
Santa, 18 de agosto de 1992
Teresa Castillo de Calderón