Homilía del Cardenal Amato en la beatificación de sacerdotes Miguel, Zbigniew y Sandro

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El delegado del Santo Padre, Cardenal Angelo Amato, presidió la celebración de la beatificación de los tres sacerdotes mártires Miguel, Zbigniew y Sandro, ante miles de fieles reunidos en Chimbote. Compartimos la homilía ofrecida en tan importante celebración.

Beatos Mártires

Michał Tomaszek, Zbigniew Strzałkowski e Alessandro Dordi

Homilía

Angelo Card. Amato, SDB

1. Hermanos y hermanas, dentro de 20 (veinte) días es Navidad, un día de gran alegría para todos, pequeños y grandes. La contemplación del Niño Jesús nos ayuda a comprender el significado del Martirio de nuestros tres misioneros beatificados hoy, Miguel, Zbigniew y Alessandro.

¿Por qué Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido entre nosotros? Para traernos la paz. Sobre la gruta de Belén los ángeles cantan: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14).

Con su encarnación Jesús ha traído a la tierra la lengua del cielo, que es la caridad. Dios es caridad y la palabra de Dios es palabra de caridad. En su vida terrena, Jesús ha hablado la lengua de Dios. El Evangelio es la lengua de la caridad.

Con la caridad Jesús ha trasladado el cielo a la tierra. Por eso la caridad es esencial para los cristianos. De la misma forma que en la sociedad civil se reserva un lugar importante al aprendizaje y al uso de la lengua madre, así también en la Iglesia es indispensable aprender, practicar y testimoniar la caridad.

Los tres sacerdotes Mártires hablaban la lengua de la caridad de Dios. Provenían de países lejanos. Tenían idiomas distintos: el Padre Miguel y el Padre Zbigniew hablaban polaco, Don Alessandro italiano.

Cuando vinieron a Perú aprendieron a hablar vuestra bella lengua. Pero en realidad la lengua de nuestros tres Mártires fue sobre todo la de la caridad.

Su predicación, su comportamiento, su apostolado, su aceptación del martirio fueron lecciones de caridad.

La caridad vence al odio y aplaca la venganza. La caridad es paciente, benigna, no falta al respeto, no se enfada, no lleva cuentas del mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se complace de la verdad. La caridad perdona a los asesinos y genera reconciliación. La caridad todo lo abarca, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad no acabará nunca (cf. 1 Cor 13, 2-7).

Es la caridad el auténtico sendero luminoso que trae vida y no muerte, que genera paz y no guerra, que crea fraternidad y no división. Es la caridad la que acompaña a la humanidad hacia el paraíso, hacia la Jerusalén celestial, la ciudad del amor ilimitado de Dios y del gozo sin fin.

2. Cierto, aprender y practicar la lengua de la caridad conlleva esfuerzo. Una monja de los primeros siglos de la Iglesia decía: «Como los que quieren encender un fuego en el desierto se vuelven negros por el humo que les hace llorar, así los que quieren encender en su corazón el fuego divino de la caridad deben hacerlo con las lágrimas y con la fatiga Con su presencia los tres Beatos encendían en su misión el fuego de la caridad evangélica, de la ayuda a los necesitados, de la defensa de los pequeños y de los débiles. Era éste su apostolado. Obraban el bien para contrastar el mal.

Durante el periodo del terror revolucionario — desde mayo del 1980 (mil novecientos ochenta) a noviembre del 1992 (mil novecientos noventa y dos) — la ideología de la muerte causó atentados sobre todo contra laIglesia y los sacerdotes, incendiando, profanando, destruyendo, calumniando, matando.

Para impedir este asalto diabólico, el valiente Obispo de Chimbote, Monseñor Luis Armando Bambarén, con los sacerdotes, los misioneros y los laicos de la diócesis, iniciaron una intensa campaña de oración y de difusión del mensaje evangélico en favor de la paz, de la vida, de la dignidad de la persona, de la fraternidad y del perdón contra toda forma de odio y de violencia. 27.000 (veintisiete mil) jóvenes construyeron la Cruz de la Paz, como símbolo de paz y de defensa de la vida, para demostrar que la religión cristiana no anestesia a las pueblos, sino que promueve los auténticos valores humanos, creando justicia y armonía social.

Con el avance de la acción revolucionaria la Iglesia promovió una eficaz acción caritativa en favor de todos, sobre todo de los últimos y de los marginados. Y al final el Evangelio triunfo. Los mismos jefes de los guerrilleros, años después, confesaron que se habían equivocado completamente. Y la Iglesia, madre buena y misericordiosa, perdonó a estos hijos suyos desviados y arrepentidos.

3. Al arrepentimiento de los culpables contribuyó sobre todo el martirio de los Padres Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzałkowski, Franciscanos Conventuales y Alessandro Dordi, misionero italiano. Eran tres sacerdotes dedicados al bien del pueblo en sus parroquias.

El martirio de los Franciscanos sucedió el 9 (nueve) de agosto de 1991 (mil novecientos noventa y uno). Después de la misa, hacia las 20.00 (veinte) horas, un grupo de terroristas armados, con el rostro cubierto, capturaron a los dos sacerdotes y los metieron en un carro. En esos momentos el Padre Zbigniew animó a su compañero diciendo: «Miguel, ponte fuerte, se valiente». Se pusieron a rezar, meditando la palabra del Señor sobre el grano de trigo que si no muere queda infecundo. Poco después fueron matados con balas de gran calibre, que destruyeron su cráneo. Sin proceso y sin poder defenderse, los dos religiosos fueron matados por odio a la fe como corderos llevados al matadero.

En sus exequias, oficiadas por el Obispo, el pueblo acompañó los ataúdes con flores y lágrimas, mientras los niños cantaban llorando los cantos aprendidos del Padre Miguel. Fueron recogidas como preciosas reliquias las piedras mojadas por su sangre, en el lugar del martirio.

4. Don Alessandro Dordi era un sacerdote italiano, miembro de la Comunidad Misionera del Paraíso. En 1980 (mil novecientos ochenta) había llegado a Santa (Perú), ciudad de unos quince mil habitantes. De la parroquia de Santa dependían también treinta pueblos. En su actividad misionera hacía un notable esfuerzo de evangelización y de promoción humana. Tenía un cuidado especial con los niños, con las madres abandonadas, con los enfermos y con los campesinos pobres. Había adoptado un estilo de vida modesta, compartiendo todo con los necesitados.

Era suyo el profético proyecto del «Centro de promoción de la mujer trabajadora y de su hijo en edad pre-escolar», con cursos de formación profesional reconocidos por el gobierno. Se prodigó también en favor de los niños discapacitados. El 25 (veinticinco) de septiembre de 1990 (mil novecientos noventa) fue asaltado junto a Monseñor Bambarén, obispo de Chimbote, en un atentado del que salieron ambos incólumes.

Don Alessandro, sin embargo, era consciente de que el asesinato de los dos misioneros franciscanos polacos era el preludio de su martirio. No obstante el peligro inminente y la invitación de amigos y sacerdotes a alejarse de la parroquia, no quiso abandonar Santa y a sus fieles.

A finales de agosto se dirigió a la localidad de Vinzos donde celebró la Santa Misa y bautizó a un niño. En el carro se estaba dirigiendo después al pueblo de Rinconada. En la carretera fue interceptado por dos jóvenes

4. guerrilleros, que lo insultaron fuertemente y lo mataron con tres disparos de pistola en la cara. Eran las cinco de la tarde del domingo 25 (veinticinco) de agosto de 1991 (mil novecientos noventa y uno). Los funerales se celebraron en Lima y el cadáver fue trasladado a Italia.

Don Dordi no fue una víctima política sino un mártir de la fe, testigo de la caridad de Cristo con los pobres y los necesitados.

5. ¿Qué nos dicen los Mártires? Nos dejan tres mensajes. El primero es un mensaje de fe. Los Mártires superaron las numerosas dificultades de su misión en tierra peruana gracias a una extraordinaria confianza en la Providencia Divina. Este fuerte espíritu de fe les dio la serenidad para abandonarse en las manos de Dios, perseverando en la misión a pesar del concreto peligro de muerte.

Un segundo mensaje es el de la caridad. Por amor se habían hecho misioneros, impulsados por la urgencia de anunciar a Cristo y de llevar a los pueblos la buena nueva del Evangelio. Educaban a los niños y a los jóvenes en el amor de Jesús, ayudaban a los necesitados, asistían a los enfermos. Eran amables, acogedores, trabajadores.

Por ejemplo, durante la epidemia de cólera de marzo del 1991 (mil novecientos noventa y uno), los dos Franciscanos se prodigaron en asistir a los contagiados, trasladándoles a los centros hospitalarios. Ayudaron a los campesinos durante la crisis económica y la sequía. Cavaron pozos de agua. Enseñaban a criar animales, a cultivar los campos, a construir carreteras. No tenían enemigos. Todos les respetaban y les amaban.

El tercer mensaje es el de la fidelidad a la vocación cristiana y misionera. Los tres Mártires eran asiduos a la oración, llevando con alegría una vida pobre y sencilla, desprendidos de los bienes terrenos. Habían venido a Perú para servir al pueblo de Dios con todas sus fuerzas. Y con tal disposición de ánimo afrontaron la muerte por el Señor.

Ellos son mártires tanto por la sangre derramada por la confesión de la fe ante los asesinos, como por la confesión de la caridad, que transforma nuestra historia, contaminada por el mal, en historia de salvación, fermento de esperanza y de bondad.

6. Su celebración de hoy debe reforzar en nosotros los propósitos de bien. La Escritura nos dice que las almas de los justos están ahora en las manos de Dios y ningún tormento las tocará. Han sido probados duramente y su recompensa es la vida eterna en comunión de amor con Dios (cf. Sab 3, 1-9). La Iglesia alaba su apostolado misionero y su sacrificio cantando «¡Qué bellos son los pies de aquellos que llevan el gozoso anuncio del bien!» (Rm 10, 15).

Si ayer las parroquias de Pariacoto y de Santa estaban de luto, hoy, en cambio, se alegran al contemplar a los Beatos Miguel, Zbigniew y Alessandro elevados a los honores de los altares, jóvenes y sonrientes, como aparecen en el luminoso cuadro del pintor chimbotano Alexander Zelada Estraver.

Ellos nos infunden alegría y esperanza en la bondad de los hombres. Los Mártires son los verdaderos tesoros de la diócesis de Chimbote y de todo el Perú. Muestran la evidencia de que la caridad vence siempre al mal.

El Papa Francisco les llama «testigos fieles de la caridad y de la justicia evangélica hasta el don de la vida ofrecido por amor de los hermanos».

Los Beatos Mártires nos invitan a afrontar también nosotros el martirio del cansancio cotidiano, que significa fidelidad en la familia, perdón continuo para quien se nos opone y nos ofende, superación valiente de las dificultades, compromiso en la buena educación de los hijos, colaboración creativa al bienestar común con nuestro trabajo, compartir con quien sufre, testimonio abierto y valiente de nuestra fe sin temor y sin

Es ésta la exhortación que el Obispo de Chimbote, Monseñor Ángel Simón Piorno, dirige a todos nosotros cuando dice: «Una tierra que ha sido regada con sangre de Mártires, está llamada a engendrar nuevos cristianos de textura evangélica».

Acojamos esta invitación y, con la ayuda de Santa María Virgen y de

nuestros Mártires, intentemos llevarlo a cabo.

Beatos Mártires Miguel, Zbigniew y Sandro,

rogad por nosotros,

por las parroquias de Pariacoto y de Santa,

por la Diócesis de Chimbote,

por la Iglesia que está en Perú

y por toda la Iglesia que está en América y en el mundo entero.


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