Los que mataron al Padre Sandro y que habían programado su muerte le habían hecho llegar mensajes. Él sabía muy bien que estaba amenazado, lo decía y tenía mucho miedo como todos los hombres cuando tienen que enfrentarse con riesgos.
Después que habían sido asesinados los dos Padres de Pariacoto, el Padre Miguel Tomaszek de 32 años y el Padre Zbignew Strzalkowiski de 35, una mañana en la pared del mercado de Santa apareció una pinta muy amenazadora. Quien la había realizado, quería que se notara. Las letras eran grandes, habían pintado la pared de blanco antes de escribir con rojo. También los que no saben leer tenían que darse cuenta.
El Padre Sandro cuando leyó, tuvo como un golpe. Se paró y quedó un largo rato reflexionando. Se dio cuenta enseguida que estaba dirigida a él. Todo el mundo sabía que este era un camino que él recorría una o dos veces cada día. El nuevo mercado de Santa se encuentra al comenzar el barrio Javier Heraud, surgido de una invasión unos años antes que el Padre Sandro llegara a Santa. Nadie sabía ni ahora se sabe bien cuántas personas viven allí. Cada día y cada noche se juntaban pequeñas casitas. Yo recuerdo la cantidad de niños que se veía por las calles. Es muy difícil decir, o imaginar lo que pasa dentro de un aglomerado de gente así. Es algo, cuando uno se da cuenta, trae mucho sufrimiento y que nos hace enfrentar con nuestros límites y nuestra incapacidad de ayudar a la gente.
En estas viviendas hay mucha violencia, se sufre hambre, los niños son maltratados, los hombres no tienen trabajo. Parece que la miseria y la injusticia matan todos los buenos pensamientos.
El Padre Sandro escribió el 11 de diciembre de 1990: “El país es como si hubiera estado en guerra. Hambre, desórdenes, violencia, terrorismo, cólera, imposibilidad de curar a los enfermos… A veces los muchos problemas nos ahogan. El mismo terrorismo surgió de la insatisfacción general de la gente y de la incapacidad de llevar adelante la justicia. Viendo y viviendo en este contexto, se hace más urgente que nunca luchar para promover a la gente. Si no fueran por las Instituciones llevadas adelante por la Iglesia y por Caritas, la gente sufriría mucho más. La guerrilla sabe muy bien que el día que no hayan más sacerdotes y misioneros, conseguirán rápido el poder”.
¡Yankees, el Perú será su tumba! Se leía grande en la pared del mercado la mañana del 17 de agosto de 1991.
Quien escribió este lema, sabía a quién estaba dirigido. Muchos que la leyeron no entendieron que significaba ni tampoco a quien amenazaba. Pero el Padre Sandro enseguida se dio cuenta. En su cabeza y en su corazón tiene que haber surgido muchas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué?
También nos preguntamos: ¿Por qué la muerte a un hombre bueno que sólo trató de ayudar a la gente pobre? ¿Por qué este odio tan radical que cree que sólo la violencia puede arreglar las cosas? ¿Por qué no dejar todo y regresar a casa para curarse (el Padre Sandro estaba enfermo de los pulmones cuando fue asesinado) y descansar un poco?
Pero yo creo que el Padre Sandro contestó a estas preguntas con otras: “Si dejo todo ahora que estoy amenazado: ¿Dónde está mi coraje, mi amor para los demás, mi fe en Dios? ¿Cómo podría seguir mirando a los niños a los ojos, si los abandono en sus desgracias? ¿Quién habría podido testimoniar el perdón, la paz, la fe, la esperanza si él se escapaba?”.
El Padre Sandro no se dejó condicionar de nadie y de nada, miró adelante y siguió su camino. Como un buen Cireneo acompañó a Jesús portando su cruz. También la Virgen María, cuando el ángel le anunció que había engendrado a un hijo, se encontró delante de un paso que cambió la historia del hombre. Dijo “Sí” y su fidelidad fue para siempre. Él también había dicho un “Sí” al Señor y su entrega fue total. Para darnos cuenta podemos leer el testimonio de la hermana Kiara Raccuglia que con el Padre Sandro trabajó cinco años en Santa:
“El Padre Sandro con Camilla, hacían parte de mi vida. He compartido con ellos la esperanza y los sufrimientos de estos cinco años. Después del asesinato de los dos padres de Pariacoto, lo acompañé en manera especial. Su silencio nos hacía sufrir más que todo. Un día viéndolo con la cabeza entre las manos le dije: “Di algo Padre Sandro, no puedes seguir viviendo así” Y él me contestó “No te das cuenta como es horrible esta violencia”. Los últimos quince días fueron los más terribles para él. Después de la muerte de los dos franciscanos empezó su martirio.
Otro día en su casa le rogué que se fuera un tiempo para descansar y curar su enfermedad. Me dijo que no sólo él estaba en peligro, también nosotras y camilla estábamos en el mismo barco. Durante estos quinces días el Padre Sandro verificó el “Silencio de Dios”. Estaba mudo como muda era su cara”. (Por: Madre Chiara Reccuglia)
(Tomado del libro En el camino de la esperanza – Assunta Tagliaferpi)